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ESA SANA INQUIETUD

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Atosigado por materiales plastificados, Mauricio tuvo la primera sana inquietud de su corta existencia. ¿Por qué tanto él como sus compañeros de jardín de infantes, debían usar ese uniforme celeste, con bolsita cuadrillé incluida, que más que niños los hacía lucir infradotados?, se preguntó el imberbe para sus adentros. Tras dicho suceso, una larga fila de incógnitas comenzaron a gobernar su vida; parecía un joystick de viejo Atari, indefenso y obediente ante los mandatos de su profunda curiosidad, la cual no le permitía llegar a la paz eterna de la que le habían comentado sus abuelos católicos y practicantes. Mamá Brenda y Papá Roberto intentaron amainar la sed inquisidora desde el comienzo, pero el mal se expandió. Se cuestionaba porque los grandes tratarían como idiotas a los niños; confundir ternura con imbecilidad a ciertas alturas le resultó patético. El gesto adusto de la criatura en cuestión ante cada morisqueta carente de naturalidad por parte del adulto. A los 4 años y