JUGUEMOS EN EL BOSQUE MIENTRAS MORTICIA NO ESTÁ...
Cuando se paraba frente a la pueblada y se arrimaba al micrófono, Morticia era la reina y señora en su país de origen; destilaba carisma mediante una retórica envalentonada, desafiante ante la mirada del espejo infiel de la realidad, ese que refleja con vidrio fraudulento. Su sola manera de pararse y caminar sin titubeos imponía respeto ante los suyos y los labios colagenados se despachaban a gusto a la hora de dirigirse a la multitud. Esa oratoria inflamada tenía fines espurios, enfatizaban los aduladores del Establishment, siempre contrarios a sus políticas demagógicas y populistas. Esa última era la palabra que más utilizaban los encarnizados adversarios; ante cualquier atisbo de revisionismo histórico, ley superadora o reivindicación de derechos inalienables, los tipos pegaban el alarido… ¡POPULISMO! Aterrizó en el mullido sillón presidencial mediante lo que canales y diarios habían llamado “tretas de su marido”. Los grises jamás existieron para su persona; amada, odiada, sobada