JUGUEMOS EN EL BOSQUE MIENTRAS MORTICIA NO ESTÁ...


Cuando se paraba frente a la pueblada y se arrimaba al micrófono, Morticia era la reina y señora en su país de origen; destilaba carisma mediante una retórica envalentonada, desafiante ante la mirada del espejo infiel de la realidad, ese que refleja con vidrio fraudulento. Su sola manera de pararse y caminar sin titubeos imponía respeto ante los suyos y los labios colagenados se despachaban a gusto a la hora de dirigirse a la multitud. Esa oratoria inflamada tenía fines espurios, enfatizaban los aduladores del Establishment, siempre contrarios a sus políticas demagógicas y populistas. Esa última era la palabra que más utilizaban los encarnizados adversarios; ante cualquier atisbo de revisionismo histórico, ley superadora o reivindicación de derechos inalienables, los tipos pegaban el alarido… ¡POPULISMO! Aterrizó en el mullido sillón presidencial mediante lo que canales y diarios habían llamado “tretas de su marido”. Los grises jamás existieron para su persona; amada, odiada, sobada y difamada, Morticia siempre redobló la apuesta, sin siquiera pestañear ante los embates que llovían a troche y moche desde los poderosos círculos económicos, siempre reacios a su maldita costumbre de redistribuir entre civiles que no merecían llamarse civiles; choripaneros, planeros y vineros les llamaban ciertos sectores de cogote inflamado a todos aquellos que recibían las dadivas de la dama nacida en el Sur. “Les dan el voto por un tetra y un choripan estos vagos”, gritaban indignados los paladines de la democracia representativa. Atrás de aquella fantochada teñida de preocupación institucional y republicana se escondía el desprecio por los pobres, por los que menos tienen. Odio de clases que le llaman; más viejo que el viejo Marx y toda su troupe de dementes. Sin embargo, la comandante de esta familia de locos no registraba el peligro de meterse con la hegemonía andante que rige el globo terráqueo y sus consecuentes vicisitudes. Ella no vacilaba. Solo avanzaba. Iba indiscriminadamente, más allá del peso incuestionable de sus enemigos de turno. Con paso resuelto, sin siquiera pispear a los costados para ver qué Patricio u Oligarca acechaba desde las tinieblas, buscando la vil zancadilla que de una vez por todas terminase con su reinado, dictadura, imperio, tiranía y todas las palabras rimbombantes que se les ocurra; escritas en el aún reluciente papel prensa made in oscurantismo setentista. Algunos titulares enormes ocupaban la totalidad de la portada de los periódicos: “NO HAY LIBERTAD DE EXPRESIÓN”, sentenciaba paradójicamente el prestigioso diario “La Voz de la Chota”. También bizarros debates entre cinco personas; todas de pensamiento similar, contrarias a las medidas fraudulentas de la fucking Morticia. Otra vez la contradicción inundando la programación de canal “Tongo”; dIscusión sin discusión, ataque feroz al autoritarismo del pensamiento único desde la plataforma del mismísimo pensamiento único. Más surrealista que Mallarme, el canal promotor de la diversidad y la libertad de opinión la veía hasta en la sopa; si daba la casualidad que ella no estuviese en el lío circunstancial, ellos la imaginaban, la visualizaban y la sumergían en el embrollo. Un caso realmente patológico y que ameritaba el análisis profundo de la más selecta corte de psicólogos freudianos. Ni idea cómo, pero la Morti aguantó como una campeona y llegó al final de su mandato, a pesar de algunos malos augurios que vaticinaban “golpes buenos”. Tras ocho años de desgastante gobierno, las pantallas de la buena convivencia afirmaron que la susodicha había sufrido un durísimo revés electoral, derrota catastrófica, capaz de jubilarla; sin embargo, mi oído ya percibe su vozarrón convincente golpeando los cráneos de la masa agolpada en cualquier plaza, teatro o calle. Esperando agazapada para pegar el zarpazo y callar, una vez más, la voz triunfalista de los agoreros.

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