AMORAL
La postal de Betina recostada en el somier provocó una alteración irremediable en la frecuencia cardíaca de Rodolfo. Sus ojos estrábicos, perplejos, consumidos ante la lujuria de aquella hembra. Frente sudorosa. Imposible que no se le secara la boca a más no poder. Aquel vestido lo perdía en una maroma de pasiones exacerbadas. Latex negro aprisionando dos senos que intentaban escapar. Profecía de pezones húmedos, erizados. La fémina encelo decidió levantarse; sus botas de pronunciado taco crujieron contra el piso una y otra vez, sin cesar. Los guantes de seda ocultaban dos manos delicadas, lisas e inquietas; capaces de llevarlo a la locura en un santiamén. Aquella imagen era poesía. Obra de arte en apogeo. Picasso en su plenitud. Hendrix endemoniado con algún rasgueo celestial. Acto creador llegando al éxtasis, al punto culmine. Habría que inventar infinitas metáforas para describir el placer inconmensurable que encontró Rodolfo en lo puramente grotesco. Tan grotescamente fascinante le resultó la imagen de Betina que apenas pudo contener el líquido viscoso que intentó emanar de su ser. Logró evitar la precocidad, prolongar el elixir mágico. Sentía que por fín abandonaba sus pretensiones de grandeza, posteridad y trascendencia, para sumergirse en un oculto y ferviente deseo de placer efímero. Tan efímero como un desenlace ansiado, un orgasmo irrepetible. La unicidad del momento pudo más que el ayer y que el mañana. Dio rienda suelta a la oscuridad latente. Privilegió sus fetiches más feroces. Olvidó las siempre falaces apariencias por algunas vueltas de reloj y se sometió a las mieles verdaderas de lo prohibido. ¿Esposa? ¿Hijos? ¿Padres? Nada le importó; ninguno de aquellos focos distractores lo haría perder de vista ese sabor incomparable, único, instantáneo. Desaparecieron las rejas imaginarias. Se evaporaron dilemas existenciales, trabas, prejuicios; aquellos cuerpos consiguieron despojarse de las almas. Lo meramente carnal impuso su tentadora ley. Ni valores morales, ni buenas costumbres, ni tabúes. Adrenalina, siempre diabólica, llevó el entumecimiento hasta el tope. Las venas del miembro parecían a punto de estallarle. Las salivas de la procacidad se confundieron, los gemidos retumbaron contra los cielos tormentosos. Rodolfo había desembocado, por fin, en el estado más primitivo. Se sintió por fuera de la civilización opresora. Canibal y hambriento. Perverso salvajismo amoral. Sin razones poderosas, ni sentimientos atronadores; solos él y Betina, ambos entregados, por completo, a la adictiva veta de lo instintivo.