MES QUE UN CLUB



Arranco estas líneas sin renegar de mis orígenes, ni desligarme de mis responsabilidades. Nací en la República Oriental del Uruguay. Como buen rioplatense me críe echándole la culpa al árbitro y recurriendo al manual de las excusas. Conocí la trampa desde imberbe; aprendí a tirarme en el área fingiendo penales inexistentes. Reclamé tarjeta amarilla para el defensor señalando con el dedo índice al presunto culpable; trepando, de esta forma, hasta el olimpo de los buchones y los vigilantes. Siempre intenté quitarle méritos a la victoria rival; si no era por el juez, era por la liga, o la cancha mojada, o el frío polar o por la cantidad de lesionados que tuvo el equipo. Este 23 de abril del 2013 me di cuenta que no todos lloran a moco tendido como yo.

El mejor equipo de la historia del fútbol fue goleado 4 a 0 frente el Bayern Munich, en un partido correspondiente a la semifinal de ida de la Champions League 2013. Con el baile consumado, esperé ansioso los descargos contra el Cuervo que imparte justicia; más aún, teniendo en cuenta que tres de los cuatro goles teutones estaban viciados de nulidad. El primero, trepada a caballito de Dani Alves. El segundo orsay grande como una casa y el tercero evidente foul contra Jordi Alba. Sin embargo, mi espera fue en vano. Xavi, Pique, Messi, Iniesta, el ya nombrado lateral brasileño; todos salían en fila india, uno por uno, reconociendo la superioridad indiscutible del oponente de turno. Sin buscar culpables ajenos, ni chivos expiatorios. Asumiendo errores propios, enalteciendo las maneras de aquellos alemanes incansables y talentosos. Haciendo oídos sordos a la cizaña proveniente de los micrófonos venenosos.

En definitiva, dignificándose a ellos mismos; sin bravuconadas, ni miradas desafiantes justificadas “porque las pulsaciones están a 220”.  Probando que no solo hay que tener grandeza a la hora de ganar; sino también a la hora de perder. Muy lejos de querer hacer apología del “primer mundo” o afirmar que todo lo que brilla es oro (Mouriño, el peor “perdedor” de la historia, es parte del “primer mundo”); el conjunto catalán nos brinda una mirada diferente. Menos salvaje, más humana tal vez. Quizá este sea otro de los motivos que tendrá este Barcelona para dejar estampado a fuego su nombre en la historia. Exceder lo meramente futbolístico. Trascender la chapa de un resultado. Defender a capa y espada una forma de entender el juego, de vivir la vida. Respetar una educación que arranca desde que son pichones de crack y no se termina nunca. Como reza el mosaico humano, desplegado en el Camp Nou, domingo tras domingo; el Barsa de Guardiola y Vilanova es mucho, pero mucho Más que un Club.  

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