DEFENSORÍA DE LOS RECUERDOS



Transcurre el siglo XXI y la velocidad supersónica del tiempo parece ir en aumento gradual. La vorágine descartable establece pautas, impone modas y sustituye paradigmas, que alguna vez fueron imprescindibles, a cambio de significados efímeros, momentáneos, superfluos. Época de palabras rimbombantes que resuenan más de lo que realmente significan. Una de ellas es Defensoría. Defensoría del Vecino, del Consumidor, del Pueblo. Muchas veces indefensas, pero Defensorías al fin. Pensando en la indudable vigencia de este término se me ocurrió que alguien debería establecer o crear la Defensoría del Recuerdo. ¿Quién defiende a la menospreciada Memoria del permanente ataque sufrido por la contagiosa, y no menos venenosa, plaga del “Ya fue”? Existe una irremediable tendencia al olvido en nosotros los humanos. Muchas veces espontánea; sin embargo, en otras ocasiones, alimentada desde el núcleo de un perverso sistema comunicacional, el cual te hace saber que lo pasado pisado. Para atrás ni para tomar impulso. Borrón y cuenta nueva. Lo que pasó, pasó. Refranes de un imaginario popular, cada vez más imaginario y menos popular, que muestra a las claras un empeño infructuoso en enterrar algo tan rico como la Historia en el más amplio de los sentidos. Tanta aversión por lo que en algún momento pudimos haber sido. Por aquello que alguna vez nos conmovió. Sentimientos de tristeza o alegría que marcan a fuego. Una inexplicable necesidad de sepultar aquello que fuimos y al mismo tiempo somos.


El pasado es parte de la esencia, lo forjado, las raíces del ser, la identidad que sobrevive aunque se pretenda borrarla de un plumazo. No hay hoy ni mañana sin ayer, ni aprendizaje sin error, ni resurgir sin caer. Es la piedra que hizo tropezar la que motivará el cambio de rumbo y prolongará la incesante búsqueda. No existe presente, ni futuro sin una rotosa valija llena de sonrisas y muecas de fastidio. No se trata de elementos independientes, sino de Causa y Consecuencia. Las partes que conforman el todo. No hay vida sin panza previa, mamadera, primeros pasos. Rodillas embarradas. Fiestas inolvidables. Ese primer beso. La cama, el ascensor o la arena que estrenaron los flujos del deseo. El primer día de escuela. Lo perdurable prevalece, tarde o temprano; a pesar de la pacotilla modernosa que acecha y obnubila. Hechos que trascienden el “Aquí y Ahora” para catapultarse en la inmortalidad de nuestros sentidos. 

Desde este rinconcito cibernético propongo que emitamos un estruendoso grito en honor a los recuerdos. Porque no existe nada mejor que tener historias reales para contar en este mundo virtual, fotos que te arranquen una lágrima o frases que hayan marcado a fuego tu disco duro. Un anecdotario tan monótono como fantástico. Momentos dignos de revivir, de aquellos que vale la pena desempolvar y sacarles las telas de araña. Aquel grito de gol, un asado en familia, el cumpleaños frustrado, la primera borrachera, carnaval entre amigos, los cuchillos oxidados del desamor. Porque como dijo alguna vez el Sexto Lord Byron, poeta inglés considerado uno de los escritores más importantes del Romanticismo: “El mejor profeta del futuro es el pasado”.

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