LA REALIDAD Y EL ESPEJO
Existen espejos que deforman decía Alejandro Dolina hace algunos años en TVR, un
programa de televisión de la vecina orilla. Sagaz y lleno de metáforas, como en
cada una de sus intervenciones radiales, el conductor de “La Venganza Será Terrible” hablaba
de los medios de comunicación y las particulares formas de reflejar la realidad
que, día tras día, estos ofrecen a la opinión pública. El 6 de marzo del 2013,
pasadas menos de 24 horas de la muerte del presidente de Venezuela Hugo Chávez Frías, sentí que el pensamiento del
Negro era más palpable y visible que nunca. Obsesivamente analítico, como suelo
ponerme cuando intentan venderme gato por liebre, traté de buscarle la vuelta a
los encendidos mensajes que me llegaban desde la fría letra impresa en el papel
o desde la adictiva imagen proveniente del televisor. Inmerso en un tremendo
berenjenal comencé a interpretar sin cesar. Una y otra vez, fui tras la verdad
muchas veces ciclotímica; evitando derrapar en el lugar común o alardear de
originalidades innecesariamente extravagantes.
¿Quién
era Chávez? ¿Caudillo? ¿Tirano? ¿Vil agitador de masas? ¿Político intransigente?
¿Todo eso y más? En una especie de intento desesperado, pugné por desprenderme
momentáneamente del corazón y convertirme en una máquina racional; cosa que,
naturalmente, no logré, a causa de la pasión que brota y me condena. Sin embargo, fiel a mi terquedad,
insistí. Aspiré a la objetividad más absoluta (en vano porque no existe tal
cosa) respecto al difunto. A la ecuanimidad iluminadora que me permitiese
desembocar en los verdaderos significados, o al menos en una aproximación a ellos,
de ciertos términos con los que se nos bombardea desde la prensa mundial. Perdida dicha esperanza,
debido a mi naturaleza humana, probé con un disciplinado apego a la realidad, aunque
sin la necesidad de descartar mis convicciones y la esencia de mi ideario.
Haciendo equilibrio en la delgada línea (más que delgada, casi imperceptible)
que separa la palabra sentida del sentimentalismo barato.
Naturalmente,
desistí de las basuras editoriales de “El País” y las grandilocuencias de canal
4. También deseché Tele Sur y el canal del estado (aunque estos dos últimos si
sean de mi agrado). Elegí quedarme “Yo” junto a mis ideas y sentimientos; los
lapsus de lucidez, el verdadero conocimiento alguna vez adquirido, la duda
estimulante, el discernimiento oportuno, las flaquezas atronadoras, las
miserias inevitables. Despojado de toda opinión, flash o titular, ajeno, que
pudiese contaminarme. Fue así que comenzó mi deambular por los cerebros mágicos
que dirigen la “Revolución Tecnológica”, la era de la (in)comunicación, la
vorágine de los que acumulan imágenes sin contenido; esa que pone énfasis en lo
cuantitativo, pero desprecia lo cualitativo (no hay calidades aparentes ni
comprobables). Quizá esa pretenciosa abstracción me permitiría elaborar una mirada más justa y menos arbitraria de
este carismático líder; cuya muerte provocó cualquier cosa menos indiferencia.
Descifrar los significados reales, y muchas veces ocultos, de ciertas
expresiones me otorgaría cierto poder para colmar mis expectativas
Entonces
imaginé que “Globalización” es tener
una mirada totalizante, perder identidades, besar, sin prurito alguno, los pies
de aquellos que encarnan la cultura dominante. Resignar el pensamiento propio
en pos de no quedar “afuera” (no sé sabe afuera de que). Supuse, que cuando
hablan de “resentidos sociales”,
inevitablemente se refieren a alguien que lucha por sus derechos como ciudadano
y, más aún, como ser humano. Indocumentados, inmigrantes, emigrantes,
desempleados; toda especie marginada del sistema imperante o simples neutrales
que eligen no estar de acuerdo con la sintonía del potente discurso hegemónico.
“Efectos colaterales” son personas
transformadas en números, cifras, porcentajes. Niños que mueren de hambre,
viejos que no cobran la jubilación o
maestros que no llegan a fin de mes gracias a las políticas llevadas a cabo por
los diferentes organismos económicos. Cuando se acusa a alguien de “romántico”, quieren decir que estamos
en el siglo XXI y en la época del pragmatismo descarnado como para andar
clamando igualdad, independencia o redistribución de la tierra y la riqueza.
Ante cualquier tipo de cuestionamiento, surge como respuesta un grotesco “Anda
a laburar vago” que no hace otra cosa que cambiar el foco de la discusión.
Durante
estos días también escuché en reiteradas ocasiones las sentencias de “gobierno populista” y “líderes demagogos”; estos suelen
nacionalizar sus recursos naturales y dicha “herejía” los condena al infierno
más infernal. Son aquellos que aumentan el gasto público en busca de mejorar la
calidad de vida de los más necesitados.
Los que llevan adelante políticas sociales como “Misión Robinson
“(alfabetización de 1 millón y medio de personas y educación gratuita en
Venezuela) o “Misión Barrio Adentro” (doctores y buena salud en los barrios más
pobres e inaccesibles de Caracas y demás ciudades). Ser un “dictador” es ser elegido por el pueblo elección tras elección,
referéndum tras referéndum, durante 14 años. “Demócratas”, en cambio, son aquellos fieles defensores de la Constitución que promovieron el golpe de estado del 11 de
abril de 2002 con la intención de terminar abruptamente con el mandato de
Chávez al frente del país caribeño. Paradójicamente, cada cuatro o cinco años
aparecen en cámara festejando el sufragio bendito y la casi segura
subordinación al poder económico del mandatario de turno. “Entender la coyuntura internacional” es agachar la cabeza y someterte
a la ley del más fuerte. Acatar lo inacatable. Dejar nuestro destino librado al
“azar” del libre mercado o de Multinacionales cuyo único objetivo es el lucro. “Tener una política cerrada al mundo
desarrollado” no es más ni menos que cometer el pecado de llevar a los
hechos tu visión latinoamericanista, creer que el Norte es el Sur aunque sea
una sola vez.
Finalizado
el perverso juego de los cristales tendenciosos se llega a la encrucijada en la
que nuestro espejo, siempre único e irrepetible, debe arribar a sus propias
conclusiones. Más allá del estilo intolerante (autoritario en algunos casos) y
su oratoria cautivante ¿Qué me deja este hombre de rasgos indígenas, gesto
adusto y mirada penetrante? Hugo Chávez me deja, en su enorme valija de
bravuconadas y verba inflamada; el sueño posible y tangible, un legado visceralmente
humano, la esperanza de sociedades más solidarias y menos cretinas. Sin
embargo, lo más importante que Chávez nos deja es la certeza de que antes de
pispear a través de los espejos ajenos, deberíamos mirar a través del nuestro.
Con defectos y virtudes. No renegar de los orígenes. Alimentar el sentido de
pertenencia sin perder el espíritu crítico. Tomar conciencia de que somos parte
de esta América Polifacética; multicolor, injusta y radiante. Querernos un poco
más a nosotros mismos y no idealizar, in extremis, el rótulo de los “primer
mundistas”. Abandonar aquella absurda leyenda de “La Suiza de América” y de
nuestros supuestos modales europeizados
para darnos cuenta que somos todos los que somos y estamos todos los que
estamos. Ese es el único espejo que, bien o mal, no acabará en fraudulencia. El
propio, el de uno mismo.
La gente lo eligió, lo siguió y lo sacó de un golpe de estado en el 2002. uso la logíca y aplico el concepto de lo que es una dictadura y digo no existe dictadura.
ResponderEliminarUn consejo cualquier duda consultar al pueblo Venezolano que es el que esta viviendo la historia. Nosotros callados!
Me gusto nacho coincido contigo, coincido con las metáforas de Dolina, y aguante telesur.