DELIRIO INVERNAL


Ecuánimes trajeados legitiman números ciegos del abismo. Matemáticos impertérritos glorifican heladas gráficas que no conocen de circunstancias. Antinomias enardecidas izan banderas de tela raída. Canonizaciones petrificadas; inmóviles, reticentes ante cualquier posibilidad de movimiento sísmico. Tramas audaces y moribundas navegando en resbaladizas grietas de planetas binarios. Grises con tornasolados. Zurdos versus derechos. Pasivos espectadores guiados por la inercia; doctrinas amontonadas en el Sitio de las Almas; a salvo de cualquier alteración en el sistema nervioso, sin variaciones pronunciadas de la frecuencia cardíaca. Los miembros del mitin oficialista despiden enormes bocanadas de aire a través de sus bocas hambrientas, observan el auto flagelo paulatino de las hormigas viajeras, que no dejan de golpearse a si mismas contra el piso de baldosas. Sofisticadas máquinas y aparatos infalibles esparcen tentáculos a sus largas y anchas; cataratas de carteles persuasivos buscando objetividades rabiosas, subjetividades reprimidas, caminares sin movimiento ondulado, ni curvilíneo. Sucumbe la oscura inventiva, lo extraordinario, lo ficcional. Todos ceden ante la imponencia emblemática de las monarquías yoistas. La pomposidad de la  imagen avasallante frente a la precariedad de la palabra escrita. Hecho trizas el bolígrafo y la reflexión en el intento estéril de permanecer. Genocidas demócratas. Terroristas desarmados. Guerras trucadas. Premios Nobel de manos ensangrentadas. Convincentes tiranías de papel. Postergados cañeros del norte menos glamoroso y más profundo. Fantasmas del Café Sorocabana negándose a desaparecer; memoria de vida, muerte, júbilos pasajeros, exterminios masivos. Caminatas lunares en plena luz del día. Los Aquí y ahora se mofan, carcajean en la cara de ilusos antagonistas que gritan ¡vacuidad conceptual! El entretenimiento de la paradoja reclama ganas de sufrir, un guaso narigón extirpa ínfimas risas para no llorar. La rubia intrépida disimula pobrezas discursivas mediante la prominencia del busto operado. Profetas y meteorólogos anuncian violentos temporales; sin embargo, el sol alumbra como porfiado, rebelándose ante panoramas apocalípticos de cráneos aggiornados. Vuelven a repiquetear las melodías de María Elena Walsh, tan vigentes y pasadas de moda. “El reino del revés” suena de fondo; vertiginoso, pero cansino. Al mismo tiempo, una corriente incesante de delirios se sumerge, poco a poco, en el archivo de Word y los peatones parecen autitos chocadores buscando una meta que aún no logro divisar. 

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