ODA A SAN TELMO


Rebosante Humberto Primo, transitada calle Defensa. La esquina del arrabal prolonga los sueños extintos de los románticones de antaño; Nostalgias montevideanas deambulan a través del aura de ángeles tangueros, recreando ilusiones perdidas. Dioses del consumo abarrotan calles angostas, congestionadas de anecdotarios propios y ajenos. Plaza Dorrego me observa con sorpresa; como azorada ante la falta de premura en medio de la vorágine, los tacos glamorosos crujiendo en el empedrado, dialectos que se entremezclan, caminares que perduran, muchedumbre enceguecida por la artesanía empalagosa para bolsillos gringos o rioplatenses. Subyace la esencia en al aire viciado por tabaco e incienso, suenan los bandoneones de Discépolo desde el más allá. Ya en el más acá, viajando entre metáforas y realidades, acordes de vainilla emanan del gesto adusto del pelilargo guitarrero; recuerdos latentes asaltándole el alma de golpe y porrazo. Como si el corazón se le saliese para afuera y aterrizara en mis manos extrañas y foráneas. Como si la viola fuese la prolongación de su ser. La veterana, lista para salir a la pista, sonríe amargamente; mirada perdida en el sueño que nunca fue y el deseo que morirá deseo. Notas tan graves como agudas la trasladan en el túnel despiadado del calendario, la piel erizada, un lagrimón asomando por la ajada mejilla como pidiendo permiso. El guapo contempla el paisaje mientras sus dedos juegan con el sombrero de pana; mirada inquisidora, palpitar galopante, fuego interior esperando el turno de la danza guerrera. Paralizadas las agujas del reloj, varían las melodías; los ancianos se entregan sin pudores. 80 y tantas primaveras por lado parecen deslizarse en el aire, eludiendo el marchitamiento, sin arrugas que acechen las almas. El espíritu de Fred Astaire revolotea por los cielos, al compás de una paloma que caga la frente de un gallego desprevenido. Piernas inquietas van y vienen, andares cansinos pero constantes. Fluye el tobogán del amor y el desengaño a ritmo de cafetín y cabaret. Sucesión de movimientos en S, ojos brillosos, manos ardientes rodeando anchas caderas; enjambre de humanidad reciclándose una y otra vez, arco iris de juguete asomando tras el conventillo desolado que completa el paisaje. Aquella maleva más joven acerca la gorra a la multitud y las monedas caen a ritmo de cascada. Algunas gotas impertinentes aterrizan sobre las cabezas aglutinadas en círculo; nadie parece percatarse del ocasional contratiempo climático, obnubilados ante el triunfo de lo intangible. Barro imaginario acechando pies de porcelana; resistiéndose en principio, acostumbrados al asfalto posmoderno del vacío que provee la cotidianeidad de ciudades sombrías. Los pepos ceden, entregándose al enchastre, fascinados por lo imperecedero, locos por eternizar momentos que suelen ser efímeros en las vidas de cartón. Perplejos ante la vigencia de lo clásico, el furor de la identidad; permanente reinventar, sobreviviendo en la caverna del use y tire.  

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