ESENCIA DEL SER DISCONTINUO


Vagando a través de la metamorfosis primaveral, el vándalo repelió disciplinas uniformes. Diseño, molde y pincel; versátiles colorinches merodeando curvas de electrocardiograma. Siempre ausente, deambulando en una nube de sueños precozmente adultos, se ubicó en el último asiento del salón y rezó para no ser divisado por la maestra de nariz aguileña. Crecían las uñas desparejas rasgando acordes de infiernos nacidos en barro barrial. Mintió con descaro aprovechando la incredulidad de sus tibios progenitores. Diatriba contestataria, horas de oleaje emocional, zurdeando entre mochilas descangayadas y porros felizmente prohibidos. Escarbó en su interior la tendencia hacia lo ANTI, mitigando el dolor existencial mediante pócimas insanas; ginebra a torrentes, sobredosis de tabaco nocturno, kilos de vacas muertas saltando entre las tripas. Fernando Cabrera fue dulce auto flagelo, pequeñeces cotidianas devenidas en trasnoche autodidacta. Páginas desnudas, radiales soliloquios porteños. Reuniones clandestinas sucediéndose entre indeseables personajes de suburbio animal, antro de perdición emanando oscuridad sin piel. Tiempos de adolescencia, lapsus de brillantez perdida en el cosmos, preguntándose a sí mismo porque lo rechazaba la continuidad y el encadenamiento de ideas escurridizas o la frecuencia de la tan mentada estabilidad; agudeza innata brotando en una selva de marionetas trajeadas hediendo a perfume importado. Don inusual, varita mágica de los que carecen de perseverancia” para el cultivo diario. La intermitencia era la prolongación de su ser y así quedaba patentado cuando en la mesa del café todos se entregaban al arduo debate; mientras que su silencio sepulcral era prueba de una nueva introspección humeante. Sintiose pájaro libre entre los malos conocidos aunque devino sobrio grisáceo entre los buenos por conocer. Se agarró del periplo con los dientes, transitó imaginarios viajes de letras sanguinolentas, husmeando paisajes itinerantes y deseos reprimidos. La angustia fue impulso motor; creación sicodélica, pupilas extasiadas removiendo en el más allá, despreciando lo palpable de la necesidad inventada, fingida y tuneada de hombrecillos virtuales. “Si del tormento nace la fatalista poesía lorquiana” pensó mientras rondaba la avenida principal de aquel desolador paisaje urbano, hundiéndose en la persistente costumbre del ideal, perdido en el mar bravío de la nostalgia traicionera. Luchando desde el estiércol, aprendió a navegar en los adentros del aggiornado temporal siniestro. Entregado por entero al amor del vaivén, desconfió del resto acartonado y metódico. Fiel a la fugaz obra imperecedera, hizo equilibrio y surcó en el sendero angosto de sábanas impredecibles y luminarias ocultas; como la canción de Sabina, el óleo de Dalí o la prosa de García Márquez. Rindió culto a lo efímeramente perdurable, el resto mutó banal complemento de linealidad. No se reprochó la inconstancia para escribir la novela y vivenció gozosamente aquel sagaz cuento corto. Esencialmente irregular, esencialmente genial.

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