EL VIEJO MELCHOR


Durmiendo las mañanas del trabajo y gozando las madrugadas del descanso, pasea el outsider junto a su varita mágica a cuestas, ajeno al mundillo que lo circunda en busca de sumisión; perro furioso, alimaña inmersa en mundos de papel, sumergido en las trampas arteras del sentir curvilíneo, descartando amores pasivos de cama adentro y televisión de sábado a la noche. Ave de rapiña, glotón de mujer ajena en la insaciable búsqueda de estirar el límite como chicle en boca de niño, traspasar la barrera del tránsito dominguero pisoteando el buen hábito, ofuscando leyes uniformadas, de gomina y raya al medio. Fantasía hecha canción, estruendosa sonoridad, musiquero viejo rastreando siglas de antaño; permanece inmóvil ante lo avasallante del progreso, el furor de épocas venideras, la prepotencia del posmoderno cayendo sobre un rotoso sombrero tanguero, aquel que se había pungeado una noche lluviosa de arrabal. Suceden las dictaduras, las democracias, se casan los amigos, vuelan raudos hermanos menores de sangre dudosa, como animales aterrados ante la humanidad que acecha. Él, un pájaro fiel en eternos puntos suspensivos, quietito como sapo de otro pozo, desatento frente a los designios sagrados de la iglesia del Padre Antonio, escéptico ante el engaño de un aroma sabrosón y lleno de penumbras que emana de las comidas rápidas… ¿Comidas rápidas? Lo más veloz son las copas en el bar de Don Arnaldo, la cuenta del fiado acrecentándose fin de semana tras fin de semana, mientras las partidas de truco hielan el tiempo haciéndole trampas a la parca que espera agazapada; como haciéndose la nunca vista, estampando la mirada sangrante que incendia la decrepitud en pos de vivir la unicidad del momento, insobornable ante cualquier palacete de falso lujo. Inestables los cimientos de su cuerpo desgarbado se tambalean ante la ignominiosa tormenta de las entrañas que revolotean en su organismo. Se le caen encima las primaveras destilando placer mundano; sin embargo no cae, se niega a la derrota, persistente en el juego del adolescente tardío resplandeciendo libertad. Arco iris en stand by, desafío a la negrura latente de un círculo vicioso fácilmente abarcable. Antihéroe mitológico de páginas dobladas en los vértices, espina clavada a fuego en la rosa de lo banal. Todavía podemos verlo escupir flemas verdes, desde la azotea del edificio imaginario, sobre el distinguido grupo de seseras parapléjicas, todas integrantes de la tribu alienante que aguarda el cambio fortuito que transforme al linyera en fulgurante padre ejemplar. Mientras, el Viejo Melchor deambula en un sueño sin final, como ajeno a toda perorata, oliendo nuevas fragancias de mariposa. Solo sabemos del tubo de oxigeno, la manta blanca y negra al mismo tiempo, el devastador olor a éter penetrando las fosas nasales de una familia que presume el final inexorable, la puntada en el corazón de los nietos siempre por fuera de la irremediable conciencia de la adultez..Él, de ojos clausurados, negados a observar la foto del final que presentará llantos gritones. Despegue forzoso claman desde arriba con voz mandona. Ya el espíritu viaja sin escala hacia nuevo destino; igual que los podios utópicos arengando el sueño deshilachado, la acidez despiadada en busca de víctimas novedosas, el contorneo inoxidable de su pelvis. Media sonrisa socarrona en aras de otro experimento social, incapaz de respetar siquiera el duelo propio. Don Diablo ya sabe; hay una partida inminente que revolucionará garitos y cabarulos, poniendo en jaque el costumbrismo de los lugareños que habitan el sótano del mal vivir.

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