DECIR EN INDIO



¿Quién es capaz de entender a un mapuche de la sonoridad, a un quechua repleto de contenidos, a un charrúa emanando poesía o a un maya vislumbrando luz donde todos vemos oscuridad? No es fácil entender ciertos idiomas o dialectos escurridizos ajenos a todo modismo, huyendo frenéticos de la movida cultural ya cocinada, horneada y digerida por los Buttheads patriarcales de los automatismos flamantes, que rebosan orgullo globalizado. Este movimiento indigenista dice sin decir, milita sin militar; su único panfleto es el estilo que, como bien dijo el capanga de los Pueblos Originarios, jamás fue ni será neutral, más allá de esa manía de hacer equilibrio sobre el delgado hilo de la sutileza para pocos y el placer para muchos. Porque todo preso es político. Porque “ni vencedores ni vencidos” fue solo slogan de uniforme verde queriendo ocultar en vano el patetismo de los “Vencedores Vencidos”. Porque en 1997, cuando sus maneras inadaptadas para coexistir con tanta linealidad, fueron prohibidas en la ciudad de Olavarría; la masa de cerebros televisivos conoció su pelada brillosa y con voz de aguardiente hizo hincapié en que Vivir solo cuesta Vida, que la sanguchera de cristal impide la exposición ante cualquier rica experiencia y no hace más que empobrecer los ya empobrecidos espíritus. “No creo en la malevolencia de esos corazones de 14 años; en sus nervios hay mucha más información de la que puede haber en los consejos de viejos como nosotros”, manifestó, intentando argumentar el porqué de no conceder reportajes. Nadie entendió que le es imposible girar maniatado…solo quiere faulear y arremolinar ángeles de la soledad, bailando presos de su ilusión. Mientras percibo en mi cuerpo la sensación de que el futuro ya llegó, encuentro un video donde un joven preso se transforma en poeta, sobrevive gracias al fuego vivaz de la letra y dice que aunque mañana venga la requisa otra vez; escribiendo en un papel marchito y escuchando un tema del arcaico líder, la caricia desemboca en su alma y la esperanza aumenta aunque sea por un rato. No es ficción como la de los cultivadores de la hipocresía; quienes aseguran que el agitador del arte en estado puro, de sospechoso exceso de pensamiento, junto a sus secuaces dan vuelta las ciudades, las destruyen, para luego transformarse definitivamente en el Estado Islámico del rocanrol. Sin embargo…Jijiji… la construcción demonizadora es estéril; el relato sucumbe ante la friolera de 180 mil almas haciendo el pogo más grande del universo, esperando que algún sociólogo outsider se decida a estudiar semejante fenómeno social trascendiendo las barreras de la música y del tiempo. Solo hablarán sus canciones; se niega rotundamente a apropiarse de ellas, ni sugerir significados, ni mucho menos clausurarnos la posibilidad de seguir viajando a través de su metaforismo inabarcable; siempre camaleónico, según los infinitos cristales de la diversidad que se multiplican, ante nuestra incredulidad de manada boba. Complejidad semántica agrandando el espectro de la espiral envolvente que no nos suelta. El lenguaje del primitivo hace rechinar las tensiones de la obra; las blindadas teorías argumentativas brillan por su ausencia y la estrofa, rugiendo armonía, logra escaparse para siempre de los críticos de pacotilla queriendo embalsamar aquello imposible de embalsamar. 

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