LUZ DE ZALEMA



FOTO: susurrosdelalmaparadespertar.blogspot.com

Testigo de la debacle, el sol penetraba los poros de Zalema hasta bajarle la presión. Sentía la cabeza caliente y la boca seca, pero las lágrimas se resistían, testarudas y orgullosas, en aquel vano intento de simular fortaleza ante el desastre ya consumado. Se sucedían, uno tras otro, los agudos sonidos de su estómago. Esa notable extensión que se vislumbraba en sus arrugas representaba el vasto aprendizaje de un camino sinuoso, con más piedras que rosas; era de aquellas personas que dice sin decir, escuchando con atención, meditabunda y reflexiva. No le interesaba tener razón y cada vez que la discusión subía de tono elegía apartarse y dedicarse de lleno a cuidar el fértil suelo del campo. Los 34 grados del mediodía y un insoportable dolor en su cadera no le permitieron continuar parada, sucumbiendo ante las inclemencias climáticas y la severidad del paso del tiempo. Agarro un viejo cajón de manzanas destartalado y apoyó, no sin dificultad al agacharse, sus glúteos sobre el mismo. Aprovechó para escuchar el silencio una vez más y levantó nuevamente la vista hacía donde estaba el enorme cartel. Ya de nada servían los años de servicio incondicional. recorriendo las tupidas malezas del pueblo, siempre peligrosas para el forastero desprevenido. Cortando caña de azúcar o prestándose como leal burro de carga. De repente, escuchó pasos en el medio de la nada y salió del letargo. Los mocasines de ciudad impecablemente lustrados aparecían y desaparecían entre la espesura de los matorrales. Aquellos ojos pequeños pero quirúrgicos, divisaron la rareza del saco y la corbata en medio de la ruralidad.
                       
-¿Todavía sigue acá? ¿No se da cuenta que esto es un absurdo?-preguntó el hombre, impecablemente vestido y destilando aroma a perfume barato.
                        -Yo de acá no me voy y nunca es absurdo pelear por creer- balbuceó la anciana
                        -De verdad no la entiendo. Usted tiene 90 años Zalema. Ya no trabaja. Agarre la plata y termine su vida en paz, en vez de estar complicándonos la existencia. Le guste o no, el negocio ya está hecho porque ya apareció un excelente comprador. Tomé…déjese de heroísmos sin sentido y haga el favor de comer algo- aconsejó el hombre, estirando una mano llena de fruta
                        - Soy donde estoy-concluyó, tajante, Zalema, despreciando la invitación.

            Visiblemente perturbado, el hombre intentó llevar adelante un enorme arsenal de tretas con aires de sofisticada civilización. Colocó en el tapete todo su poder de convencimiento y dejo fluir aquel natural don de seducción que la furia de la ciudad le había transmitido tras décadas de pormenorizado aprendizaje. Sin embargo, las respuestas no eran las que él deseaba y la productividad de su faena resultaba nula e inexistente. Zanjado su estrepitoso fracaso, giró ciento ochenta grados y enfiló raudamente el camino de regreso; no sin antes proferir una lista de injurias y amenazas a la anciana, quien concluida la agresión verbal solo atinó a esbozar una media sonrisa que denotaba sorna y fatiga. Zalema volvió a sentarse sobre el cajón cuando percibió que, por fin, un llanto apacible le ganaba la batalla a esos ojos pequeños y achinados. Se detuvo en el dulce sonido de los Benteveos como si jamás los hubiese escuchado, su imperecedero mirar fotografío para la posteridad el imponente color verde que la rodeaba. Sintió el candor de un sol eterno que la iluminó de cuerpo entero y entonces sí, su corazón dejó de latir.   

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