LUZ DE ZALEMA
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Testigo de la debacle, el
sol penetraba los poros de Zalema hasta bajarle la presión. Sentía la cabeza
caliente y la boca seca, pero las lágrimas se resistían, testarudas y
orgullosas, en aquel vano intento de simular fortaleza ante el desastre ya
consumado. Se sucedían, uno tras otro, los agudos sonidos de su estómago. Esa
notable extensión que se vislumbraba en sus arrugas representaba el vasto
aprendizaje de un camino sinuoso, con más piedras que rosas; era de aquellas
personas que dice sin decir, escuchando con atención, meditabunda y reflexiva.
No le interesaba tener razón y cada vez que la discusión subía de tono elegía
apartarse y dedicarse de lleno a cuidar el fértil suelo del campo. Los 34
grados del mediodía y un insoportable dolor en su cadera no le permitieron
continuar parada, sucumbiendo ante las inclemencias climáticas y la severidad
del paso del tiempo. Agarro un viejo cajón de manzanas destartalado y apoyó, no
sin dificultad al agacharse, sus glúteos sobre el mismo. Aprovechó para
escuchar el silencio una vez más y levantó nuevamente la vista hacía donde
estaba el enorme cartel. Ya de nada servían los años de servicio incondicional.
recorriendo las tupidas malezas del pueblo, siempre peligrosas para el
forastero desprevenido. Cortando caña de azúcar o prestándose como leal burro
de carga. De repente, escuchó pasos en el medio de la nada y salió del letargo.
Los mocasines de ciudad impecablemente lustrados aparecían y desaparecían entre
la espesura de los matorrales. Aquellos ojos pequeños pero quirúrgicos,
divisaron la rareza del saco y la corbata en medio de la ruralidad.
-¿Todavía
sigue acá? ¿No se da cuenta que esto es un absurdo?-preguntó el hombre,
impecablemente vestido y destilando aroma a perfume barato.
-Yo
de acá no me voy y nunca es absurdo pelear por creer- balbuceó la anciana
-De
verdad no la entiendo. Usted tiene 90 años Zalema. Ya no trabaja. Agarre la
plata y termine su vida en paz, en vez de estar complicándonos la existencia.
Le guste o no, el negocio ya está hecho porque ya apareció un excelente
comprador. Tomé…déjese de heroísmos sin sentido y haga el favor de comer algo- aconsejó el hombre, estirando una mano
llena de fruta
-
Soy donde estoy-concluyó, tajante, Zalema,
despreciando la invitación.
Visiblemente
perturbado, el hombre intentó llevar adelante un enorme arsenal de tretas con
aires de sofisticada civilización. Colocó en el tapete todo su poder de
convencimiento y dejo fluir aquel natural don de seducción que la furia de la
ciudad le había transmitido tras décadas de pormenorizado aprendizaje. Sin
embargo, las respuestas no eran las que él deseaba y la productividad de su
faena resultaba nula e inexistente. Zanjado su estrepitoso fracaso, giró ciento
ochenta grados y enfiló raudamente el camino de regreso; no sin antes proferir
una lista de injurias y amenazas a la anciana, quien concluida la agresión
verbal solo atinó a esbozar una media sonrisa que denotaba sorna y fatiga.
Zalema volvió a sentarse sobre el cajón cuando percibió que, por fin, un llanto
apacible le ganaba la batalla a esos ojos pequeños y achinados. Se detuvo en el
dulce sonido de los Benteveos como si jamás los hubiese escuchado, su
imperecedero mirar fotografío para la posteridad el imponente color verde que
la rodeaba. Sintió el candor de un sol eterno que la iluminó de cuerpo entero y
entonces sí, su corazón dejó de latir.
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