LA TRÍADA
Yamila pensaba en Hamlet. En animarse a ser o no ser. A
no confundirse, de lectura y dramaturgia nada de nada, ni el diario de los
lunes. Lo que rondaba por su cabeza eran las disyuntivas que ponen en juego las
vidas de los mortales; a pesar que ellos, ingenuos y naif, piensen que tan solo
están decidiendo una movida en una partida de ajedrez o una mano en el truco.
En lo que a ella respecta la conciencia se le había hecho carne, aquella no
sería una decisión más, sino que marcaría a fuego el resto de sus futuras
acciones y caminos a transitar. Estaban ahí Pirulo y Garmendia. Garmendia y
Pirulo. Los visualizaba en el horizonte y sospechaba un Tatetí majestuoso que
definiese semejante cuestión existencial; sin embargo, sabía que eso no era
posible ante tamaña responsabilidad. Eran el agua y el aceite, el día y la
noche, lo sutil y lo grotesco. Se preguntaba minuto a minuto como sus gustos
exóticos podían ser víctimas de tales oscilaciones. Para que Pirulo y Garmendia
se estén disputando el corazón de Yamila, quería decir que esta última, cuanto
menos, carecía de un patrón definido de hombre ideal; al mismo tiempo,
semejantes variaciones hablaban a las claras de su apertura y falta de
prejuicio, de la falta de cerrazón ante la diversidad de los potenciales
candidatos que habían ido pasando. Hasta algún rastrillo figuraba en su
prontuario.
Pirulo y Garmendia resumían
lo radical y lo ecuánime. El primero vago y soñador, vividor del día a día, sin
una nítida visión de futuro a corto, mediano o largo plazo. Perteneciente al
barrio de los poetas y los pintores, inestable laboral y emocionalmente; pero
con lapsos de brillantez, genialidad latente naciendo de la nada en el momento
menos esperado. Carismático y fascinante ante los cientos de ojos que se arrimaban
al bar en la madrugada, para escuchar aquellas historias con sabor a mito. Con
una particular habilidad para el chamuyo intermitente que no agobia a la masa;
eligiendo muy bien las palabras, respetando los silencios, generando esa
atmósfera misteriosa de “y ahora con que saldrá este pelafustán?”. Si Pirulo
era la noche, Garmendia era el día. Fiel practicante, asistente a misa todos
los santos domingos, se dormía inexorablemente a las 22 y su reloj despertador
sonaba religiosamente y sin excepción a las 6 y 30, cuando aún su desconocido
rival disertaba, ya borracho, ante un nutrido auditorio de curdas. Apasionado
apóstol de la cultura del trabajo, Garmendia era tan respetuoso de sus tiempos
como del de los demás; ejemplo de organización y pulcritud, aborrecía a los
impuntuales. Heredero de una empresa automotora familiar, convertida con los
años en una absoluta mina de oro, no tenía de que preocuparse económicamente;
ni él, ni sus posibles tataranietos.
Yamila sopesó todas las
posibilidades, los pro y los contra… ¿La seguridad que le daba Garmendia o el
frenesí incomparable de Pirulo?... Mientras tanto, disfrutaba las mieles de
ambos en partes iguales; aunque nobleza obliga, en la cama así como en al arte
de la improvisación no habían dudas de quien ganaba esa batalla; mientras
Garmendia se reducía a convencionalismos metódicos de misioneros repetitivos,
Pirulo la transportaba, sin escalas, de continente a continente y las fronteras
del mundo desaparecían en las habitaciones de la lujuria. Sin embargo, en el
fondo, quizá inconscientemente, Yamila sabía lo que pasaría con uno y con otro;
cada vez que la abordaba un pensamiento de estos, solo atinaba a bajar la
cabeza, como sintiendo vergüenza de la resignación. Su intelecto, perspicaz y
selectivo, empezó a tener un severo conflicto de intereses con aquel corazón de
fuego.
Fueron años de intensísima
Tríada. Los vaivenes se sucedieron y los sentimientos se tornaron
inconmensurables, aunque en una disputa
encarnizada con la frialdad de la razón que proviene del mundo exterior,
implacable y letal; Garmendia la llevaba a conciertos de La Filarmónica y allí
se codeaba con la crema más glamorosa del paisito; mientras que Pirulo le
permitía soltar amarras y desbordar adrenalina en los creativos toques de La
Tabaré. Sí, mi querido lector, ambos parecían ser dueños de su corazón
inquieto…o al menos eso es lo que ella creía. Pero claro, ya quizá no tan
inconscientemente, Yamila vislumbraba una especie de destino inevitable.
Poco después de haber
estrenado su status de treintañera, llegó la decisión tan esperada y los
augurios se confirmaron. La vida era algo más que momentos de plenitud y
naturalidad extrema…o al menos eso le habían dicho a lo largo de la existencia;
en su casa, en los centros educativos, en la televisión, en las encuestas y
hasta en las publicidades de las paradas de ómnibus. Garmendia aprovechó la
volada, ocupó el trono tan deseado y como si se tratara de una película de
Woody Allen, los sueños de Yamila se marchitaron poco a poco, como las hojas en
el otoño o las cedulas de identidad cuando nos jactamos de haber alcanzado la
madurez; cediendo ante lo mullido del confort, entre cócteles de alta sociedad
y ocasionales idas al cine, con la sonrisa fingida, siempre lista ante la
demanda de los otros. Pirulo ya llegó al medio siglo, sigue dando cátedras de Todologo
en cantinas y bares, con el único peso de la libertad sobre sus hombros. Por
unos instantes siente la inquietud de dar el giro de 180 grados; sin embargo,
cuando todos los miércoles a la mañana,
se detiene en la figura de Yamila, aún pegada a las sabanas procaces de
ese minúsculo motel del centro, piensa en la actual opacidad de esa mirada y
vuelve a sentir en lo más hondo del alma la dicha de ser quien es. © naturacontracultura 2012-2016