LA NADA Y EL TODO



         Duermen los motores de alta gama, ausentes las siluetas que van y vienen, un interminable muro vacío como vaticinio de otra jornada tediosa que espera, paciente aunque perseverante. Tenue y distante, el agua dulce silba bajito, en una clara señal de la calma que precede a la tormenta de la reactivación productiva. Las estrellas destilan luminosidad, mientras esa luna llena y porfiada penetra una retina embobada, aletarga las piernas, despliega estas alas heridas. Sopla una levísima brisa en mi cara y yo solo escucho el sonido casi imperceptible de mis pasos; lentos, flotantes y cansinos, como queriendo suspender el tiempo en aquel paisaje natural de urbanidad en el que se funden el todo y la nada. Porque en lo que respecta a lo vulgarmente material es la nada misma, solo sobresalen un par de edificios metiches;  no hay hilo conductor, ni evento destacable, ni nudo de una historia, ni quid de la cuestión, solo un alma solitaria en trance, anonadada ante el espectáculo que circula ante su mirada voraz. Fluyen ríos de adrenalina en la interioridad del ser cautivado por la imponencia de esta bestial naturaleza, sucumbiendo ante su encanto silencioso de dama intrigante. Circula sangre a rolete por las venas saltonas.

Pienso que mejor partir; mañana hay que madrugar, trabajar,  pagar las cuentas ya vencidas de noviembre…pero el cuerpo no responde a lo que el raciocinio le ordena, mi alma atraviesa un éxtasis perpetuo, poseída por algo tan simple y encantador. Los cinco sentidos vibran al ritmo de la música proveniente de un manso oleaje, sin necesidad de aditivos o adicciones, negado ante el sometimiento que quiere asomar. Insisto en que mejor partir, emisarios del deber deambulan mis neuronas, contaminando el irrepetible sentir del aquí y ahora… gritan los llamadores del mañana, pero el goce celestial arrolla a la conciencia de la responsabilidad. Danzan frenéticas mis pupilas que no pestañean, deslumbradas por la magia de una cotidianeidad poco apreciada. Descubro en mí una súbita capacidad de valoración estética ante los focos de luces que alumbran la negritud de las tinieblas.

Sigue chiflando el mar, susurrando el aire, alumbrando el cielo; permanece el paisaje inmodificable y la Nada en estado de ebullición, con el Todo fluyendo a través de mis poros. Rastros de marihuana y cerveza en mi retina, símbolo del descontrol ayer reinante en ese mismo empedrado y hoy solamente lo etéreo de esta imagen lenta; vacía de carne humana y artificios ocasionales, repleta de una atmósfera que no puedo describirle al lector, quien sigue esperando un puto suceso, que acontezca el apocalipsis, que estalle la historia de amor entre un Romeo y una Julieta. Pero no. Nada de eso pasa ni pasará. Somos ella y yo en el medio de una quietud deliciosamente efímera que mañana será pretérito perfecto y pasado mañana pluscuamperfecto, perdurando para la posteridad en las entrañas de esta sensibilidad. Atrás de la nada, escondido, casi como huidizo…el todo, un idilio incipiente, la consolidación de este lazo indestructible entre la rambla montevideana y un oficinista autómata, en vísperas del retorno a lo meramente trivial.              
                                                                                
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