LA TIERRA DE ARGUEDAS
Un menjunje neuronal en
estado de frenesí procesa la impronta de los trágicos autores. Llameante el paisaje,
prendida fuego una retina incrédula, testigo de innumerables historias que
sobreviven a esta furia de tormentas exportadas. Se respira la inmortalidad de
lo autóctono, una ramplona injusticia de invasor con corona y ese misticismo
legendariamente real sacudiendo los cimientos de estas rocas talladas, siempre
con perfección arquitectónica. Detalles aparentemente simplones posibilitan su
éxtasis de ser corriente que no logra situarse en tiempo y espacio, como ajeno
a la unicidad de la geografía pero consciente del “no sé que” energético que le atraviesa las
entrañas. Penetra los poros una huracanada ráfaga de aire despojada de círculos
humeantes y vicios sistemáticamente edificados, como pululando en una misión obstinada la dulce melodía quechua venciendo
al ocaso. Aquí se halla Él, finalmente sin máscaras. No palpa ayer, ni intuye
mañana. Un Hoy inmenso retumba impiadoso a la izquierda del pecho que quiere
salirse de cuajo; las arrugas interminables de un viejo mulato guían sus
piernas voluptuosas por los senderos de una sabiduría milenaria a la que no han
podido eliminar hordas de transnacionales voraces.
Siete mil años acechan, interpelan
con actitud inquisidora. Buscando una revelación; intentan saber de una vez y
para siempre que transmite el cemento y el crujir de las baldosas. La velocidad
sin reflexión. Esa montaña madre interrogándolo una y otra vez, exigiendo los
motivos de cualquier mirada occidental cimentada en la cerrazón, desecho
cultural, parva de alimañas empalagadas de miel ficticia. Él baja la cabeza y
se sonroja pero ella insiste con silencio atronador. Hosca e intimidante lo
observa, percibe como si una enorme barra de hielo se le inyectara en las
venas. Imponente reino de los cielos desembocando en la sumisión de sus aires
humanamente mundanos. Hay barullo ensordecedor dentro del organismo alienado,
incapaz de comprender la extensión ilimitada del devenir purificador; soltar, aflojar y fluir. Los ojos permanecen
impávidos, las cejas inmóviles frente a 2500 metros de anecdotarios andinos.
Discierne por fin el significado de lo avasallante. Como paradoja del destino piensa
en el llano; la línea imperturbable, el rugido artificial, una chimenea en
acción, otro árbol talado, masas uniformes, cajas bobas apagando luz natural. Un chip incrustado en las sienes lo traslada
sin escalas a ese acartonamiento que lo vio nacer, criarse, desarrollarse,
hacerse, matarse, renacer, volver a morir y otra vez…Renacer.
El gigantesco monumento de la naturaleza percibe sus lágrimas naufragando entre las mejillas y lo acaricia sin que pueda sentir la intangible hondura de sus manos rugosas; sabe de la propia pequeñez inalterable enfrentada a esa eterna condición de pacha mama toda poderosa, dueña de mil tentáculos que lo mantienen amarrado, aunque intente denodadamente librarse de ella y volver. Ensayar el retorno a la seguridad fingida de los grises, nacidos y extintos en la medianía. Dice sí, dice no. Nada lo rescata del laberinto magnificente de mil puertas. Perdura en la extrañeza lejana del hábitat antinatural, el autómata se resiste en sus entrañas pero acaba por desistir; nuevo status de hormiga viajera deambula verdes inconmensurables, por fin ajenos a la decadencia. “Soy yo, no soy yo. Tal vez si, quizás no. Probablemente siempre lo fui”. Por primera vez ausentes las tranquilizadoras certidumbres, reluce la pasión del imponderable y el fuego del sol sin nubes exacerba los sentidos. Tiemblan las manos, labios resecos, olor a pasto mojado y el oído aguzado percibiendo las oscuras estrofas de Vallejo tras la montaña impenetrable. Suenan ideas recurrentes de un final que acecha. El cuerpo liviano de equipajes advierte el paso definitivo y huele la gloria tan anhelada como temida. Durante la travesía hacia el infinito sonríe desbocado, lleno de desdén ante la inmediatez del desenlace. Irremediable como la fatal obstinación de Arguedas. En plenitud como alguna vez planificó su imaginación leyendo esa novela indigenista, entre gallos y medianoche.
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