HOMBRE Y HUMANISTA
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La Diaria me avisó que se había ido. Como si fuese un
familiar cercano al que nunca conocí personalmente, un par de gotas amargas se
escaparon de mis ojos aún inmersos en el choque inexplicable que me transmitió
aquella tapa con su rostro en primer plano. Quizás sea esa cuenta pendiente la
causante de este arrepentimiento profundo por no haber asistido a alguno de sus
tantos talleres literarios que honraban la legendaria facultad. Recuerdo la
alegría que sentí aquel 2012 de debut en la vieja casona de Magallanes y
Uruguay cuando creí que sería uno de los privilegiados en asistir a sus clases
con fama de didácticas y voladoras. Durante aquel año abandonó su rol de
docente de Literatura Moderna y Contemporánea y yo mastiqué la bronca de la
frustración, conformándome con el hilarante anecdotario que sonaba en los
pasillos y la referencia ineludible de compañero esporádicos, quienes lo
elevaban a la altura de un dios letrado.
Una
mística aureola empujaba su venerado andar. Mirada estrábica, pantalones
raídos, campera de jean visiblemente gastada y una boina infaltable cubriendo
sus tres pelos locos, como marca registrada que todo viejo ostentoso de
juventud debe tener. En busca de diferentes textos me lo crucé en biblioteca
más de una oportunidad; admirado por aquella imponencia involuntaria de su dialéctica yo solo atinaba a parar la
oreja y sustraer pedacitos de aquella conversación que no era de mi
incumbencia. “Dostoievski y Chejov
son próceres pero allí no termina la literatura rusa”, enfatizaba la bonhomía personificada. Aquellas palabras
dirigidas a una chica de tez morena que escuchaba con silencio reverencial,
reflejaban una voluntad inquebrantable de escarbar lo profundo más allá del oro
que reluce, indagando esa oscuridad en la que se descubren inesperados rastros
de luz, excediendo siempre los límites de las convenciones.
El magnetismo de su mente prodigiosa fascinaba a los anónimos que flotábamos tras el horizonte intangible; en la desesperada búsqueda de una realidad diferente a la que nos mostraba el noticiero, la oficina y la fábrica. Intelectualmente popular. Poseedor de ese cóctel que muchos buscan y pocos hallan; sabiduría para regalar y humildad para seguir aprendiendo a los ochenta y tantos. Aceptando el lado oscuro de su claridad inabarcable. ¿Qué mejor alegoría de los subestimados estudios humanísticos? Si a lo largo del tiempo nunca cesó en su tozudez de elegir a los seres vivos sobre el utilitarismo del descartable arreciando. Imposible que la partida de este HOMBRE le sea indiferente a alguien cuya salvación cotidiana es el arte.
Querer a quien nunca le dijiste “hola” resulta inverosímil y hasta el más crédulo de los lectores levantaría su dedo acusador al grito de charlatán; sin embargo en mi disco duro permanece indeleble la estampa del ser querido cuyo espíritu permanece aunque la inexpugnable ausencia de la materiarialidad se empeñe en demostrarnos lo contrario. Desde el vinilo al DVD, el brillo de su testa gigante rompió las barreras de lo efímero. Algunos conservarán la imagen solemne del Maestro de Tacuarembó, otros lo llamarán Benavidez a secas, cientos de miles lo recordarán por la quema en plaza pública de los ejemplares míticos de Tata Vizcacha. Para mi seguirá siendo El Bocha, lisa y llanamente. Una usina inagotable de antihéroes que naufragan solitarios en el vacío de la posmodernidad. Interioridad única e irrepetible, obstinado inútilmente en ser uno más entre los mortales.
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