APRENDIZAJE



 Le comían la oreja sin descanso, pero su mirada chispeante emanaba desdén; dos ojos libertinos como única respuesta al veredicto generalizado de los hombres de negocios. Futuro, objetivos, metas. Estrofas de mundanos sagaces echadas al viento sin más, retumbando persistentes en los tímpanos de la impronta.  Él las hallaba huecas, llenas de nada, vacías de todo concepto trascendental. Revisaba exhaustivamente sin vislumbrar la genialidad socialmente aceptada del contenido sobrevolando ese montón de frases rimbombantes. A pesar de su adultez formalizada en el carnet de identidad aún padecía la frecuencia cardíaca inestable del ánimo volátil, los sueños indomables intactos, las puertas de un aprendizaje nada complaciente abiertas de par en par. Tras la muerte de su hermano las pompas de jabón se disiparon y  una cruel vitalidad se hizo bandera. El mundo exterior, los otros, el entorno; todos le diagramaron un hipermoderno edificio de felicidad ajena que nada tenía que ver con las entrañas propias. Fracasaron rotundamente en el intento y empezó a picar en el ambiente la idea que nada ni nadie le torcería la voluntad por espinoso que fuese el camino.  

Corría desbocado en una orgásmica carrera contra el tiempo a través de una superposición de tragos agridulces, consciente de su finitud, de su mortandad, de que mañana quizás no exista. Recorriendo el trayecto hacia la edad de cristo enfocó los espejos del alma y detrás de su espesa barba desprolija notó  lo efímero, la hondura, el llano, la montaña, la miel, el barro, los amores puramente carnales, aquellos que penetraban su alma. Convirtió algunas poesías en realidad, miró al lienzo desde múltiples perspectivas; todas le alargaron la pasión como ese fuego imposible de extinguir. Relatos comunes auguraron que dicha inutilidad no cambiaría el mundo, a aquello le faltaba praxis, movimiento, acción. La transformación paulatina de su espíritu luego de zambullirse en el revolucionario siglo XVII le demostró pragmáticamente lo contrario al mentado cliché. Atravesar las fronteras de aquellas profanas páginas amarillentas se convirtió en capricho, misión y no cesó hasta devenir en obsesión que le quitaba el sueño por las noches.

          Experimentó las locas peripecias de Don Quijote siempre con leales Sanchos que lo sostenían para caer y ponerse de pie, ladero ocasional que cambiaba de figura, nombre y aspecto pero que lo reconciliaba circunstancialmente con la humanidad. Hasta hoy padece angustia existencial en sus ínfulas de Príncipe Hamlet, en su “Ser o no ser” imposible de maniatar; las miserias también lo acechan con engaños del embaucador “Don Juan” durante alguna que otra velada. Cuanta suerte tuvo de jamás encontrar la aprobación del resto, de permanecer a gusto en su soledad interna. Cuanto diario vivir se habría perdido, cuanto anecdotario habría faltado en su voraz libreta mental. Durante algunos ratos de Facultad o Tortuguita, en esas pocas, la carne y el hueso no le parecen de perogrullo, ni insignificantes, ni monótonas; tornan se seres reveladores vociferando audacias que concretan materialmente lo enunciado desde la verba inflamada.  Los problemas saben siempre donde estás” leyó en el grafiti que decora el hormigón blanco de Gaboto y Guayabo una de esas noches salvajes. Pensó en círculos virtuosos de tristezas y alegrías exaltadas por almas cojonudas que desembocan en el riesgo de no conformarse con permanecer. Saber sufrir, motor de sus diversas ideologías imbricadas. Hoy ya no repara en rumores de pasillo, suelto, liviano de equipaje, finalmente parado en el presente. Las letras ineficaces construyeron este yo innegociable. Lo que no pudieron  amigos, padres, hermanos o terapeutas: confrontarlo con el mismo en su más amplia virtud y mezquindad, sin tapujos ni dobleces. 
                                                                                    
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