EL OASIS DE LA EMPATÍA



Permanecía en una inquietud casi patológica cuestionándose Como, Cuando, Donde y Porque. Girando alrededor del círculo sin parar, a merced de los demás intuyendo sangre y mezquindad, agazapado ante los eventuales tortazos del imprevisto, los cuales, sabía por experiencia propia, llegarían más temprano que tarde. ¿Mientras tanto qué? Era la pregunta que lo aturdía transformándose en obsesión cotidiana, de aquellas que no te abandonan jamás. Los aromas del incienso y el tabaco convertían las tinieblas en pedacitos de estadíos efímeramente gloriosos. Nada más que la maravillosa sencillez de este presente rústico; incluso ante el devenir de una aparente grandiosidad y lujos ampulosos solo quedaban gotitas de humanidad simplona, a flor de piel como un fernet de viernes a la noche, como las refriegas carnales de la pasión; inexplicablemente celestial como los diminutos dedos de una imberbe entrelazados con los suyos. “No es más que eso, no busques más, es el arcoíris huyendo del gris” pronunciaron con insistencia las múltiples vertientes de  su alma frente al espejo; todas extrañamente de acuerdo entre ellas convenciendo a la exterioridad siempre aferrada a lo tangible de la superficie siempre sedienta de tarjetas de crédito, estilizados monumentos ostentando paredes de vidirio glamorosas, cajeros automáticos, pilcha nueva, fines de semana agitados, mujeres deluxe esperando a la vuelta de la esquina, falsas metas a largo plazo, coches de alta gama, navidades de mentira, horarios sargentos, ausencia de curvas en la búsqueda de la estabilidad emocional, esa que aún ningún sabio puede explicarle a ciencia cierta… Aquella a la cual Raúl jamás aspiró ¿Qué hacer con el legado, la construcción cultural que no altera un ápice su modus operandi, el qué dirán que ya ni siquiera le provoca un cosquilleo en su ego indiferente?...

         Percibió el cuerpo liviano avanzando por fin sin titubeos, ausente la carga de mochilas ajenas reclamando estructura, género, historias que cierren, personajes construidos en armonía literaria. Perdió la chaveta con alegría extrema, permaneció extraviado en un mundo paralelo donde habitan solteros libidinosos, meretrices pecadoras, enajenados mentales, todos profanando el altar de la cordura imperante. Allí moran instintos de salvajismo despojado de preceptos morales. La única regla de la cual nadie puede zafar en ese indeseable universo bizarro  se llama Empatía. Calzarse los zapatos del de al lado, de quien traspasa el papel; sean más chicos o más grandes. Ojos desorbitados que atraviesen las pupilas de cada semejante, sentir el sentir ajeno, mirar su paisaje, palpar lo impalpable; independientemente de estratos, clases, anomalías, ese grupo de diez continúa preso en una paradójica jaula de libertades a la cual no piensa renunciar.  Raul es uno de ellos, por primera vez eligiéndose la propia vida, en posesión de sus deseos más viscerales, sin el temor paralizador de errar. Canciones, poemarios, escenarios, sexos húmedos, reír espontaneo evaporaban millones de diferencias inventadas miles de años atrás en una milésima de segundo. No hay bajos, medianos, ni altos; solo carne viva de gentuza mal viviente cuyo único fin es empatizar cueste lo que cueste, salga lo que salga, hasta que la muerte tozuda diga basta. Ser el mejor, el peor, un bastardo, un ángel, un asesino, un presidente, un periodista, un hijo, un padre, una madre, una mujer, un hombre, una persona. Las líneas de hoy Dios, las de mañana Diablo.  Siete días esperando romper las cadenas del sentido común hasta que llega el martes. Atrás de esa puerta de madera centenaria se halla el tesoro escondido. Esa pequeña sala invadida por una decena de corazones ardientes entregados a la lectura en voz alta, animándose al garabateo sin autocensura, ejerciendo retroalimentación, fumando alguna cosita menos dañina que placentera. Una parva de degenerados logrando de forma cabal durante dos horas que la cotidianeidad se desvanezca y jugar por jugar viva eternamente. Sanador experimento social. Para la selva depredadora es la insignificancia, para nosotros los lunáticos el extasis.    

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