NUBES EN LA TIERRA


El piloto maniobra entre una congregación de turbulencias cerca del arribo a Montevideo. Mis ojos permanecen abstraídos, como en trance, aparentemente en la Nada, esencialmente en el Todo; a pesar del movimiento del pájaro con turbinas y el fuerte alarido de una pasajera en estado de shock,  ellos continúan inmersos en la vastedad del cosmos, ante la revelación de lo inconmensurable. Río de Janeiro en el retrovisor, la piel profunda conservada en el presente. Selectas galerías de nostalgias furiosamente vitales me transforman; no soy el mismo, un alma atravesada por nuevos experimentos de personas buscando gloria interna, difícil de percibir sin empatía, muy fácil de notarlo en dos bochones de claridad extrema emanando fulgor, iluminando el entorno sin buscarlo. A través de esa mirada cómplice recorro el túnel una semana hacia atrás y el chip se pierde entre los morros surcando edificios…la naturaleza única mezclada ante la imponencia del tráfico, uma cidade maravilhosa que de arranque empieza a ablandarme, a modificar una mirada mezquina del mundo exterior. Respiro olor a frito, el grito ensordecedor de un vendedor ambulante, las maneras entradoras del chamuyo en portugués, la sonrisa contagiosa, una calidez tan sudaca que me eriza la piel. Mientras el motorista hace el recorrido hacia Ipanema noto el dolor del norte entremezclado con la opulencia del sur, hacia donde voy yo, turista pequeño burgués empecinado en buscar el más mínimo rastro de humanidad entre las tempestades del plástico. Piso la habitación del hostel y mis estereotipos marcados notan ausencia gringa; Río de la Plata al mango, portuñol, fútbol, garotas, che, bo, demás, salado, goma, claramente, papú, Éxitos de Perón y todas las variedades de dos dialectos fundidos en el mismo idioma.

La casualidad nos une; ella sale y yo entro, como corso a contramano pero en el momento justo, obligándome a creer en el destino. Gratitud eterna al azar brota creciente en mi fibra más íntima. “¿Me acompañas a buscar puchos?”, fue su carta de presentación. Diez minutos después deliciosos cócteles de hondura y vaguedad, intelectos inquietos bajando al sagrado barro de lo popular; fenómeno incomprensible del fluir, mágica convivencia entre seriedad y carcajadas, compleja sencillez, gigantescas pequeñeces, tópicos pretenciosos, oleadas de utopía con oportunas dosis de su realidad siempre lista para ubicarme en tiempo y espacio. Espíritu radiante de cuarenta primaveras teñido por el sarcasmo típico de su adoptiva Capital Federal, niña interior que no deja escapar segundos de plenitud, aferrada a la vida con uñas y dientes. Dos soledades con la adrenalina por las nubes en el pequeño bar de Farme de Amoedo que progresivamente devendrá en templo. El verde agreste de los paisajes, un sol hirviente pegando de punta, mar bravío de aguas cristalinas como su mirada. Pedra do Sal grabada a fuego en mi desmesurado sentir como la huella inconfundible de un antes y un después, deambulando juntos en la esquina oscura de ese suelo carioca y profundo que no aparece en folletines turísticos, siendo parte por una noche de aquella Rueda de Samba en la que agitadas melodías cursan venas afrobrasileñas, los postergados de siempre que bailando espantan demonios de cotidianeidad. Cuerpo y alma en simultaneo durante la unicidad de un instante, choque de planetas, encuentro de labios húmedos que se repetirá, sin excesos aunque con sana frecuencia. La coraza estallada en mil pedazos y ese extraviado sentimiento de vulnerabilidad penetrando mis poros en el desayuno, sobre la arena, en un ómnibus con el aire acondicionado helándonos las extremidades, durante aquella apasionada escena de apriete adolescente frente a las cámaras de nuestros anfitriones o en un ansiado desenlace de miércoles donde dos pieles se hacen una…
            
          Roto el hechizo desaparece el éxtasis místico y ya con el avión detenido observo el Aeropuerto de Carrasco. La mirada aún delira perpetuando la experiencia, como empeñada en no olvidar. Imperceptible sudor navega por mi frente, las piernas repiquetean contra el asiento de adelante y el motor por fin hace silencio. La puntada en el pecho cede poco a poco y un necesario miligramo de racionalidad gana la escena. Pies firmes sobre un cielo terrenal que me empalaga, todavía cooptado por las musas de ese implacable ser cuestionador que combate la óptica estándar del millón de moscas. Ayer, hoy y mañana; en la cama, en el subte o en un teatro itinerante. Poderoso vínculo excediendo lo palpable, sin fronteras de geografías testarudas. Tiempo de comunicación a distancia, placeres intangibles y peripecia inmaterial con la certeza en el horizonte de dos picardías vivaces que volverán a encontrarse. 
                                                                                 
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