LITERATURA DE BAR

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           El reloj marca las 20,07. Sobre la mítica esquina de Mercedes y Tristán Narvaja pueden escucharse los murmullos altisonantes del conventillo orillero, aquel en el que deambulaban guapos y linyeras, donde la noche era sinónimo de desenfreno, ese que nos relataba Borges ya entrado el siglo XX en sus ensayos sobre el tango. A pesar de la hora, las fortalezas de la intelectualidad todavía resisten. Babilonia tiene las persianas abiertas igual que otras reliquias culturales de la vuelta, siempre perseverantes y milagrosamente indemnes ante el embate de la bobera mercantilizada. Cuando el viejo Uruguay nos ve acomodarnos por enésima ocasión en el rincón contra la ventana el ceño se le frunce, la cara se se le transforma y piensa en silencio: “Otra vez arroz”. Sí, otra vez nosotros pienso yo, también sin palabras; los estudiantes de griego clásico, cuatro humanidades ansiosas, tres generaciones bipolares, mil maneras diferentes de surfear la existencia. Tan opuestos como complementarios nos sentamos en los mismos lugares que la primera juntada en una clara muestra de apego a las tradiciones, pedimos la rubia inaugural y una femenina verborragia veinteañera empieza a copar la escena, sin asco y sin culpa. El purrete de barba prolijamente afeitada, portador de una ecuanimidad a prueba de balas, la observa y esboza una media sonrisa, La Jefa de pelo blanco y sabiduría adquirida clava su mirada naturalmente sarcástica en los ojos de la muchacha y yo solo atino a carcajear interiormente, la mejor manera en la que uno puede reír: gozo, observo, analizo y, en vano, trato de comprender la química que se respira cuando este cuarteto polifacético que integro con orgullo se amontona en alguna mesa de este antro de perdición. Poco a poco se empiezan a hilvanar mil frases que nunca llegan a destino, inevitablemente interrumpidas por algun alarido disonante o una acotación de acidez extrema. Intercalados lo medular y lo banal, el desparpajo de una anécdota hilarante y una reflexión profunda hasta el dolor punzante, un soliloquio de chistes pavos y desahogos tan necesarios como catárticos. Actos de habla que fluyen sin más, uno tras otro, como si la comunicación entre las personas fuese realmente sencilla; tan fácil y genuino como parecía bailar si uno veía a Fred Astaire en algún videocasete de los viejos. Sin dudarlo vamos por la cuarta y de a poco empezamos a cambiar la impronta del mundo con formatos discursivos incendiarios, palabra de fuego, letra de sangre, pasión desbocada a cada enunciado y dictamen de guerra; por un rato soy parte de aquella Mesa de los Galanes que un día introdujo el Negro Fontanarrosa en mi imaginario popular rioplatense. Sale la última (o quizás la penúltima) y las lenguas se desaceleran, ya regodeados en las entrañas de la radicalidad como los niños grandes que enaltecía Oscar Wilde a través de su poesía libertina. Los miro, me miro, carente de la perspectiva adecuada que te da el tiempo: no somos más que literatura pura y dura atrincherada en un bar, rejuntado de fantasías en busca de perpetuar la reinvención, quilombo y armonía, experiencia de sanación colectiva. Somos lo que somos, sin perder de vista lo que nos gustaría ser.

                                                                   @naturacontracultura 2012-2018



                                                                                   

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