EL REGRESO DE LOS MUERTOS VIVOS


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         La imagen proveniente de la televisión me sacude las entrañas y noto un escalofrío que recorre mi pecho de arriba hacia abajo; como si se tratase de una espada punzante que viaja en mis adentros desde México hasta el Estrecho de Magallanes. “Evo Morales renunció a su cargo de presidente” insiste el engaño generalizado de los mass media, dos días después del golpe de estado consumado. Las que tienen voz son las voces de siempre, aquellas eficientes representantes del poder real, silenciadoras del horror en los setenta, esos setenta tan lejanos y nunca tan cercanos como este 10 de noviembre de 2019. Los que vociferan “fraude” son aquellos clarinetes que se soplaban el papel prensa cruzando el charco o los que cantaban “El País Primero Siempre” en las épocas más sombrías de nuestra pequeña nación. Casi medio siglo más tarde me cuenta la banda de los prósperos vasos comunicantes que los tiempos cambiaron y el liberalismo económico posibilita hoy el sueño que encarna al progreso, pero eso sí: “que se vaya este Indio Delincuente” escucho a la pasadita cuando el movilero llega al cruce de Bulevar Artigas y Avenida Brasil. Entonces la sangre hierve como si el agravio estuviese destinado a mi persona cuando solo soy un burgués medio, entonces siento nostalgia de un mundo que jamás conocí como alguna vez reflexionó el guerrillero loco sobrevolando las alturas del Huayna Pichu, entonces me late la osadía imperdonable de pensar que la gravedad del asunto no radica en que sea “delincuente”, sino en que sea “indio”; que no importa lo que Evo es, sino lo que Evo representa y fundamentalmente a quienes representa, el símbolo inalterable de su huella ancestral, la pesadilla recurrente que, tras siglos de sumisión, un día se hizo realidad para desgracia del fantástico mundo que habitamos Nosotros Los Puros, blancos hechos y derechos por la divina gracia del Señor.Sus ojos rasgados delatores de subalternidad, su degradada tez morena encarnando a los salvajes que debemos echar a patadas de su propia tierra porque Dios así lo reza o porque Lewis y Benetton (entre otros) así lo demandan. Hay que volver a ser y para volver a ser cabe volver a omitir las sobras indígenas o como mucho mantenerlas en la vera del camino, al costadito de la ruta a base de concienzuda caridad. Igual que a los villeros, los pichis, los cabecitas negra, los canterosos, los choriplaneros y todos los chivos expiatorios de los que bien podría servirse la oligarquía de Santa Cruz de la Sierra mientras celebran la enésima invisibilización de Los Nadies (como una vez dijo Galeano); esa tan modélica casta de terratenientes locales cuya única fecha patria es el July 4th, cómplices imprescindibles de la historia que se escribe con sangre por estas latitudes, siempre tan ajenos a la casa propia y tan proclives al patio trasero, propagando el virus expansivo de la colonización mental y material. 

          Son los mismos que durante 2006 sintieron en carne propia cómo se les acababa el negocio gracias a la nacionalización de los hidrocarburos, a ese suelo fértil que pasó a ser de todos los bolivianos, a la vilipendiada redistribución de la riqueza, concepto que les ha sacado tantas canas verdes a los muchachos por más de una década. Son los mismos que ahora van atrás del gas pero antes quieren el litio; un recurso tan preciado como incalculable que podemos encontrar en el magnánimo Salar de Uyuni (reserva más grande del planeta),  ambicionado por propios y extraños, tan valorado como el petróleo del siglo XX. Vuelvo a hacer zapping en busca de alguna bocanada de aire fresco pero fracaso una vez más y mi cabeza no para de dar vueltas, ahora pensando en los sofisticados intelectuales que le hacen el caldo gordo a la mirada hegemónica jactándose de abolir los clisés, los que reniegan del supuesto lugar común que transforma a Nuestra América en una víctima eterna, los que abogan por un urgente cambio de paradigma para entregarse obedientes al manual de premios y castigos que nos ha recetado la bendita meritocracia; sin embargo, en el horizonte, más vigentes que nunca, aún puedo escuchar las palabras de Walter Mignolo y Enrique Dussel , retumbando cada vez con más fuerza en mis oídos; oídos a esta altura devastados por la tibieza de la objetividad descarada que me devuelve la pantalla y también por la de mi canciller que frente a la masacre acechando el altiplano elije la mesura electoralista y el rastrero rédito político. De golpe porrazo, en medio de una multitud de micrófonos falsamente republicanos e incapaces de condenar la debacle, al menos encuentro la raíz de la tan mentada evolución que nos retrotrae al primate; llega a mi cabeza el solapado racismo sarmientino teñido de ilustrados buenos modales y, para colmo, sin la belleza literaria de aquella narrativa que desprendía la cínica pluma de Don Faustino. Un tópico tan fashion, cool y pro como regresar de un sopetón hasta 1845 y ser testigos de una copia mal hecha de ese “Facundo” que perdura en las gateras, siempre agazapado y buscando dar el zarpazo para consolidar el triunfo definitivo de la genética sobre la cultura y de “lo que natura non da, salamanca non presta”, buscando la imposición de la raza superior y del pensar con los pies. Tan clásico y tan moderno como la barbarie disfrazada de civilización.  

                                                                         @naturacontracultura 2012-2019

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