DESCONFÍE SEÑORA
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Desconfíe de la mediocridad
adulta que hoy reniega de los sueños de ayer, de los que se marchitaron con el
calendario pero también de los viejos de veinte, de los que abogan por cortar
de raíz las peripecias de la nostalgia, de quienes se cortan las alas con
presumida madurez y de los evolucionados que fueron acomodando el cuerpo a
medida que la existencia los fue poniendo a prueba. No olvide formar una enorme
nube de suspicacias liberadoras alrededor de los que usaron el mal endémico del
pretexto realista para convencerse de que no están presos de la hijaputes, ni
de la praxis estéticamente canalla, ni de la palabra “Cambio” en su versión más
insustancial. Hágalo, no tema señora. Mire con recelo infinito al universitario
que habla difícil aparentando inteligencia y compadézcase de esa peste crónica
que es la ilustración atontada. Por favor, tampoco olvide desconfiar de mí y de
estas palabras que conminan a la altanería si así se lo impone su leal saber y
entender; estos desaires letrados de maestro sin diploma también ameritan
razonables dosis de desconfianza. Manténgase escéptica hasta la ceguera ante la
epidemia de aggiornados literatos (con minúscula y en plural) que moldean
ídolos de barro, ante las ciencias humanas sin humanos o ante los adoctrinadores
meritocráticos de cátedras online y a distancia. Usted haga el favor de achicar
tanta distancia, acérquese señora,
arrímese al fragor de la piel imperfecta, al calor de la mierda terrenal y
sucumba ante ellas si es necesario. No dude un segundo en dudar hasta el
hartazgo de la secta libresca que le quiso secuestrar las mieles del arte, esa
que le vendió ecuanimidad envuelta para regalo e iluminación
de genio odiador de las masas.
Los divinos patronos de la abstracción inconmovible la esperan en la torre de marfil, los adalides de la esquizofrénica pseudosabiduría aguardan por usted en sus ruines iglesias evangelizadoras; no les dé el gusto, lea sin asco y sin culpa junto a su su grupete de amigotes tránsfugas pero sin perder el aguijón crítico que arde en su espíritu juguetón. Y si no arde, entonces despiértelo, recóbrelo, sacúdalo; es imprescindible ponerlo en marcha para no dejar de dudar del buzón enorme que le puedo estar queriendo vender. Le ruego encarecidamente señora; descrea de la máxima que reza que Onetti es para los súper y Galeano es para los infra, suprima las jerarquías y reinvéntelas con soberano desparpajo, báñese en estiércol con Bukowski, sublévese insurrecta de ultraísmo reciclado, sea oficinista al mejor estilo Bartleby rebelándose frente a la monótona burocracia escribiente y haga de Melville un compañero fiel en momentos aciagos. Sepa no abandonar la sospecha. Que el reiterado afán de sorpresa no conduzca a la carencia de la misma, que las novedades no caigan en el saco roto de posibles banalidades, que la contradicción le alborote el avispero, que la confianza venidera surja de las desconfianzas que supieron ser. Anímese de una buena vez a la disgregación caótica de su “Yo” atolondrado. Piérdase señora; desármese y vuelva a armarse desarmándose junto al “Nosotros”. Desconfíe sin diluirse en el helado anonimato de la modernidad. Desconfíe y sea señora, ¡SEA, carajo! que las agujas del reloj la corren de atrás.
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