VALOYES y SUS NÚMEROS

            

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 Hoy hace un año que Vicente Valoyes está   contando muertos. Puede que esto suene a   greguería de mal gusto, artero golpe bajo o vil   aprovechamiento narrativo de la triste   actualidad, pero no. Lo contradictorio es que el   Vicente de antaño no sabía vivir sin complejizar   todo factor, motivo y dispositivo. Se negaba   terminantemente a aceptar sin más la precisión   descarnada y hasta revolvía en las entrañas de   sus propios orígenes. No bastaba con saber que su apellido provenía de la madre patria; él quería ahondar en árboles genealógicos, verdades invisibles o circunstancias que rodearan el hecho fáctico, independientemente de los caprichos de la sangre y el linaje.  

  Ahora ese mismo Valoyes de espíritu híper curioso es un irreprochable anotador de vidas desgraciadas. Se despierta, lucha contra su pereza y sus lagañas, se asea y se afeita para emprender rumbo al periódico del pueblo que abre sus puertas 24 x 7 más allá de flagelos virales. Trabaja, se saca el tapabocas, almuerza, descansa, come, vuelve a trabajar Se vuelve a sacar el tapabocas para besar con prudencia a su “peor es nada”. Trabaja otra vez, llega al hogar taciturno, vuelve a comer, mira una de indios y cowboys y se duerme con el bigotudo del noticiero dando el parte médico del día.

La burbuja cierra inmaculada hora tras hora, día tras día, mes tras mes; haga lo que haga, vaya donde vaya, respete o no el estricto toque de queda nocturno, su televisión mental permanece inclaudicable y él cuenta muertos como si hiciese la liquidación de la tarjeta de crédito a fin de mes. Sumas, restas, multiplicaciones, divisiones, porcentajes, proyecciones. Acá, en Brasil, en la India, en Norteamérica, en la tierra de sus abuelos inmigrantes; su aparato neuronal ha desplegado alas en infinitas travesías calculadas por aquí y por allá. Se ha coronado como todo terreno informativo en distintas latitudes más allá de liberalismos mediático-sanitarios y laboratorios proteccionistas.

A contramano de su aun vigente status por ser maestro de la crónica y  en consonancia con la actual canonización del paper y la gráfica, Valoyes está malogrando una indispensable subjetividad eminente que lo distinguía y elevaba lejos de la medianía. Está haciendo del número una extensión de su carne. Está quedando loco como un cuerdo, revolcándose en la patética orgía del amarillismo presuntamente compungido. El número lo está sistematizando a él y él intenta sistematizar su existencia teniendo bajo control este juego de caja con fichas autómatas.

“Mantenerse a salvo a pesar de todo” se repite con enjundia. ¿Cuál será el costo final de mantenerse “a salvo”? se pregunta con asiduidad. Dos por tres piensa en lo que hizo durante estas 365 jornadas fúnebres y quiere encontrar la aguja en el pajar, lo positivo de la tragedia, la enseñanza en medio del caos. Más frecuentemente  medita respecto a lo que no hizo, lo que perdió en el camino; los cuerpos de su padre y su mejor amigo, el deseo cortado de raíz por las tenazas de la parálisis aterradora, los viajes frustrados, las hilarantes ocurrencias que quedaron allá lejos, en la comunión sin distancia social del bar y la bohemia. Pero enseguida sale del letargo, ensaya su más célebre gesto adusto y vuelve a la ecuación de los difuntos.   

La realidad del susodicho es, parece y se hace. Su anormalidad deviene normalidad con ropa de terapia intensiva. “Tal vez la normalidad apesta”, piensa Valoyes y encuentra en la inercia de la cifra incontrastable un escape sin escapatoria, una puerta sin salida, una fuga ilusoriamente consensuada; cerrando los ojos ante el desborde hospitalario, obstruyendo los tímpanos frente a la bocina de los milicos que anuncian las 22 horas, anulando los cinco sentidos en todas sus dimensiones. Pase lo que pase, él seguirá formulando operaciones matemáticas con cadáveres desangelados; reivindicando este eficaz escape para poder morirse en vida sin que nadie le rompa los cataplines. Valoyes está aburrido, cansado, harto. Harto del hartazgo, la depresión, el paranoiqueo, el negacionismo, la comercialización de la tragedia y la encarnizada batalla de egos que no da tregua siquiera ante la sobreabundancia de óbitos acechando en tiempo real.

          Valoyes  ya no busca la raíz de sus orígenes ni atiende argumentos propios o ajenos. Ya no le importa saber de dónde viene ni hacia dónde va. Está despreocupado por la creencia y la ciencia (que es la creencia en lo que se ve). Lo tienen sin cuidado el tire y afloje entre el Grupo Asesor Científico y el Gobierno, las mezquindades de turno, la educación a distancia o los réditos políticos. Ya no encuentra ni una pizquita de humanismo en los humanos. Valoyes se ha convertido y está desnudo, indefenso, sufriendo la tan temida transformación; “barbarizado” ante la hegemonía de los civilizados. Esos civilizados que lo han empujado a la barbarie.   

                                                             @naturacontracultura 2012-2021  

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