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Que quede claro que yo no soy escritor.
Escritor llámenle a mi entrañable amigo Germán; pulcro organizador de las
estructuras que aterrizan a las palabras, puntilloso de la metáfora, exaltador
enfermizo de esa minuciosidad poética que me deleita cuando me convierto en
lector atento. A mí me falta tomar abundante sopa para semejante título
honorífico y más aún carezco de tesón perseverante, esa fuerza interior que
caracteriza al forjador de novelas o cuentos largos. Y como si todo esto fuese
poco me sobran millones de kilómetros de ansiedad e infantilismo crónico para
cargar con el rótulo sagrado del Campo Literario en la espalda. Encarno
orgullosamente a los que todavía no llegaron al nudo de la trama y se están
saliendo de la vaina por llegar al desenlace, frenéticos como gurisitos con
hormigas en el culo, como el coche fórmula uno que arribando a la última curva
ya puede ver la bandera a cuadros flameando en sus narices. Es que esta esencia
movediza, como las famosas arenas, se choca de frente con todas y cada una de
las máximas literarias que plagan los manuales de estilo. ¿Así que hay que
obligarse a escribir aunque las musas no vengan? No hay chance. ¿Supuestamente
tengo que separar por géneros? De acá. ¿Qué el autor ha muerto y lo
autorreferencial está de más? Minga. ¿Así que el temita es la constancia?
Resulta que mi alimento cotidiano es la intermitencia, la luz que prende y apaga,
la chispita tan sorpresiva como contundente, el afán de ironía sentenciosa, esa
costumbre antiestética de estropear el plan a último momento, la presunción de
una solitaria frase ardiente que enciende al consumidor de turno. Encarno un
extrañísimo híbrido de anarquía literaria con delirios de grandeza zurda; una
paradoja andante que clama por La Internacional Organizada pero termina
embelesada por la plenitud irrepetible de la idea esporádica que dura lo que
canta un gallo y se va para jamás volver. Encarno a los dedos impacientes
repiqueteando contra el teclado al compás de un deseo imprevisto que derriba el
más sofisticado argumento. Soy papeles al viento soñando despiertos, soy un
fantasma garabateando sin ton ni son, soy otro salvado y condenado por la
explosiva sopa de letras. Por eso, vuelvo y repito. Si buscan enamorados del
caos lingüístico acá estoy yo; para escritor con todas las letras consulten por
mi amigo Germán.
@naturacontracultura 2012-2021
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