PULSIÓN DEL CUARENTÓN
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Existe un componente todavía más digno de análisis que
no se encuentra en la tabla periódica de elementos. Químico caótico e imposible
de medir que llega a cuarenta primaveras y cien mil veranos sin perder la espontaneidad
juvenil del bobalicón distinguido. El pende
viejo (como lo llaman sus detractores)
está constituido por un sinfín de moléculas renegadas que lo siguen
haciendo adolecer y vibrar aunque su carnet de identidad despotrique con motivo.
Si nos guiamos por sus resoluciones más habituales no parece estar en sus
cabales, ya que continúa inclinándose por el fragor de la pulsión y no por la
helada conciencia ordenadora.
Dicha pulsión no es tan solo un impulso de índole
carnal o sexual como afirmaba el célebre Freud; sino una poderosísima fuerza
mística que lo eleva y lo hace sobreponerse a la potencia arrasadora de la
mediocridad adulta. Un tornillo flojo, un pensamiento desalineado, una erección
inapropiada, un verso ebrio, un reloj atemporal; un
ejemplar barullero que pone en juego su status ante el virus exponencial de los
mandatos sociales. “No renunciás a la
impronta y si renunciás, cagás”, se repite frente al espejo con esa mezcla
de eslogan berreta y erudición lumpen que dos por tres ilumina al populacho.
Las habladurías van de acá para allá; desde la portera
del edificio hasta el tano del almacén, desde el Abitab a la carnicería pero Don Nadie mira para el costado,
prisionero de su eterna indolencia. Se lo puede apreciar estancado en su
actualidad anacrónica, meciéndose en un muelle de poliéster cubano-francés. Aseguran las malas lenguas (y también
las buenas) que insiste en su pulsión controversial y solo esboza una sonrisita
a medias tintas cuando la legión intransigente pide operarlo a corazón abierto.
Son casos atípicos como el de este enajenado los que generan cierto
desbarajuste en los métodos de cálculo que legitiman al modelo colectivo de
bienestar, aprendizaje sostenido y evolución uniforme.
Frente a los avatares del hombre púber, la precisión
quirúrgica de la ciencia dura se desvanece por su propia insustancialidad. Gracias
a una muestra así de singular crecen exponencialmente los márgenes de error de
la encuestadora con mejor reputación del mercado. La ya mencionada pulsión y el
capricho repentino responden a una inesperada tensión interna que llevan a este
mequetrefe a enfrentarse con el arraigo de los conceptos. Está enmarañado en
una pelea a muerte con la palabra aunque su estrategia para abordar dicha
contienda es, fue y será dicha palabra.
Porque este duelo a la vieja usanza no es contra la
humildad, ni contra el trabajo, ni contra el
paisito; sino contra los ríos de tinta que han corrido acerca de la
humildad, el trabajo y el paisito. Aunque
muchos no confíen en su metáfora y su ficción, vagoneta documentado
anhela que mañana lleguen otros talibanes literarios a cuestionar las necedades
que él asevera, tan suelto de cuerpo, sobre el fobal, el tango, la
hipocresía ciudadana o la mezquindad platónica -patriótica. Y que lo reescriban
sin rendirle cuentas a ningún censor intelectual que quiera ser más papista que
el papa.
El problema no sería tal si este sujeto fuese un hecho
aislado que se soluciona con un par de sustos de hecho o de derecho; acontece
que el mal tiende a reproducirse y hoy él es solo un exponente de otros tantos.
Fiel a su estilo redundante, la honorable sociedad de los cajones querrá hacer
la vista gorda horadando la traviesa pulsión,
aplicando el anticuerpo imperceptible para tan temible patología.
Y atentos porque esta sociedad del buen obrar suele ir hasta las últimas consecuencias
cuando hay una pluma que aplacar o un alma que sosegar; sin embargo, y a pesar de
tecnologías implacables envolviéndonos en los torbellinos del ganso narcotizado,
algunos elementos malsanos siguen huyendo con descaro de las tablas periódicas.
Porque pueden, dirán algunos. Hay tantos que pueden y no quieren,
replicarán otros.
Holgazanes, badulaques y sinsentidos de la naturaleza que andan por las vías del tren sin miedo a ser aplastados. Sin pudor alguno por todavía vestir pantalón cargo y musculosa veraniega permanecen incorruptibles en el balanceo del péndulo mágico. Oscilando pertinaces, esclavos de su autonomía, hechizados por un flash relampagueante. Escabulléndose de los cajones como serpientes fugaces que no dan tregua al cazador. Y dada esta circunstancia (improbable pero posible), aunque el cazador tenga de su lado al método, a la materia, al raciocinio y a la teoría; este bicharraco escurridizo lo hará sentirse tan pero tan bobo que ni el cazador cazado.
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