EL COMODIN DE LA MEMORIA

             

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Quien hoy parte hacia sus aposentos dejando al tenis huérfano y sin consuelo fue una sana costumbre de domingo, un hábito de melodías dulcemente tenues y versos encantadores, un violinista sin aspavientos, un tímido cacho de lujuria involuntaria, una maquina insaciable de gloria, un apetecible trozo de carne publicitaria y mucho más que cualquier cosa un dador de amor celestial con grácil silueta terrenal.  El elegantísimo prodigio que hoy cuelga su instrumento de cuerdas y deja las canchas más vacías que en pandemia nos transformó en bobones idealistas que creen en super héroes de capa y espada, además de hacernos caer en permanentes redundancias adjetivales; todo gracias a ese místico delirio con raqueta tan ajeno al sentido común que agotaba cualquier diccionario. Este cuarentón de gesto amable y genuino nos obligó a reencontrarnos con la veta lúdica más pura, constituida íntegramente de simpleza, estética e ingenio. Y, tras cartón, nos hizo pensar que lo extraordinario era común y lo común era extraordinario.

Pero tal cual sucede en las mejores familias lo que hoy es presente un día se torna pasado y las perillas del relojito suizo comienzan a fallar igual que las agujas se empiezan a torcer, lenta y progresivamente. Y resulta que Sir Federer empieza a ser Roger, o simplemente Rogelio para los admiradores tercermundistas, y la perfección tambalea, y el dios se desacraliza, y la decadencia acecha, y la máquina deja de ser máquina para devenir hombre vulnerable que rompe su herramienta de trabajo arrojándola contra una superficie de cemento, completamente preso de la ira. Y resulta que cuanto más flaquea más lo queremos, porque ahora si sufre como nosotros y como le sucedió al todopoderoso Aquiles una noche destemplada llega su talón; entonces Rafa, Nole y la derrota como probabilidad real. Y, oh las vueltas de la vida, en ese preciso momento es cuando el tipo se reinventa mientras se burla con descaro de Newton, Pitagoras y Einstein. Y le mira la cara de estúpida a la matemática y le pega bruta piña en la boca al destino irremediable y pasado el tiempo, a pesar de no darle a la globita amarilla hace más de un año, se convierte en el primer jugador sin ranking (literalmente hablando) que sigue siendo (por decimonoveno año consecutivo) el más votado por la hinchada en este circuito de burbuja, humo y pacotilla.

Hasta que sucede aquello en lo que ninguno quiere creer pero que todos sabemos en lo más íntimo de nuestra fibra. Y un jueves fatídico llega el anuncio más intuido y menos deseado porque su rodilla maltrecha, con mas de 1500 partidos encima, ya no puede seguir desafiando a la biología y dice basta a pesar de la pasión adolescente que aún le atraviesa las pupilas y le brota por los poros. Entonces tras una semana del maldito anuncio el caballero leonino y universal llora como niño grande igual que lo hace su rival de todas las horas al verlo partir. Es como si lo estuviese viendo masticar la bronca del retorno frustrado; así como también puedo verlo masacrar a la estadística y haciendo suya a la utopía. Y tras las bambalinas del record y la imbatibilidad, de las fanfarrias y los fuegos artificiales, de la ebullición y los súper poderes, su figura omnipresente aniquila cualquier número frío prolongándose en millones de discos duros como una perseverante musa inspiradora imposible de desechar. Como una insistente imagen narrativa que deleita el paladar, anestesia el dolor y revitaliza los recuerdos.

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