TRAJES TERSOS Y CORAZONES RUGOSOS


Los fieles de la Santa Inquisición observaron a sus alrededores con minuciosidad aparente. Sin novedades en el frente, divisas pacificadoras y altivas aprontaban el ocaso de la vileza. Escudos de acero protegían simbologías creyentes, en alerta ante el embate de los agnósticos. El dedo índice del patriarca señalaba la inapelable construcción cultural, perceptible únicamente a los ojos de los blasfemos; rebaños sosegados seguían los pasos del adalid, sin pronunciar palabra. Iban a paso de tortuga, guiados por altas dosis de inercia y pesadez. En la atmósfera deambulaban decretos feudales, engendrando esbeltos hombres de Neandertal. Jóvenes sociabilizados evitando desviaciones peligrosas. Las Familias Tipo vestían discursos altisonantes, facciones graves. Voces clandestinas asomaban distorsionadas a través de los orificios de acueductos subterráneos. Líneas rectas llenas de nada; ausencias de curvas ondulantes bordeando los abismos. Figuras geométricas, perfectamente delineadas. Decenas de púberes desautorizados pletóricos de frenesí; fumando tabacos demoníacos, elucubrando arbitrarias fábulas, propias de seres libertinos, entonando melodías de gargantas con carraspera. Viejos fuera de tiempo y espacio forzaban cerraduras vetustas, atentando, sin éxito, contra pertinentes requisas. Escenas dantescas azotaban a peregrinos condescendientes; pero los buenos cristianos de mostacho prolijamente afeitado encarrilaban ovejas indisciplinadas. Cachiporras voraces, ciudadanos clasificados; pieles sabiamente electrificadas en las sombras de las sombras. Latifundios radiantes y diarios monocordes; radios apagadas, voces en off. Los fieles, a salvo de la heterodoxia, olían oportunidad a orillas del cantegril, en la parada, los bancos de las plazas, las escuelas, los bares, los cabarulos. La gente como uno cerraba cuidadosamente las persianas, resguardando integridades físicas; todos ávidos de centros inexistentes, simulacros de conciliaciones, equilibrios de hojalata. Bolsones de letras irreverentes se daban a la fuga. Desafinadas notas escurridizas, aterrizando en lluviosos suelos escandinavos. Pecaminosos menjunjes de la fusión descubriendo miradas extrañas, oídos ajenos más allá de fronteras. La Peste ardiendo bajo el colchón del camastro, La Metamorfosis felizmente destruida; página por página transformadas en papel picado, ideal para mundialitos que vendrían tarde o temprano. El atronador sonido del silencio congelaba los cimientos de teatros enajenados. Devotos, religiosos y parroquianos esbozando sonrisas grandilocuentes, agradecidos a los fieles por el orden imperturbable, las mentes aglutinadas, el miedo latente. Todos arrodillados en los altares de la Santa Inquisición; olvidando promesas, silenciando deseos, rezando plegarias a tersos trajes verdes de corazones rugosos.

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