EL ANTÍDOTO DE LA ROTUNDIDAD



Brota en la tormenta la pócima literaria, hojas amarillentas de viento otoñal en zafarranchos de clandestinidad, abofeteado el raciocinio en su eterno status patriarcal, despreciado por una suerte de insurrección arbitraria decidida a sacudir los más arraigados cimientos de próceres momificados; evaporadas las barreras de la ética, lo poderoso de la ideología, la crudeza del prejuicio latente que malversa un sentimiento puro en medio de la nada. Solo mis sentidos y yo; bailando entre sinfines de almas desnudas gritando silencios, cuerpos estilizados despertando el orgasmo sensitivo. Olfato exacerbado de atracción visceral, tacto de terciopelo, sabor agridulce de piel rosada que abre puertas profundas de deseos ocultos. Mezclados el látigo y la caricia en este juego de nunca acabar, pasión inoxidable que crece sin darse cuenta. Se pasea el abrazo apretado invisibilizando el libro gordo de Petete, entregándose a la mansedumbre fogosa de la ocasión. Ocasión de dosificar agua y llamarada, cielo y tierra, fuera del contexto cotidiano de la corrección política; como parias gozando de una botella de licor de anís en la avenida principal a puro acorde y nota amateur; exentos de rezos nocturnos, sin infiernos dantescos y paraísos celestiales, colmados de poesías multicolores escritas por hombres sin Fe.
Ella abre y cierra, salva y condena, ríe y llora; naufragan las contradicciones transitando a contraluz, sin mantenernos a salvo, expuestos a vidas que no son nuestras, llenas de sustancias  ajenas al confort. Subyacen labios voluminosos probando la miel que nunca empalaga y La Moda mira atenta, como desconfiada y escéptica frente a todo aquello que trasciende. Todos formamos parte de un garabato anónimo en algún rincón del mundo; viejos idealistas, autómatas de la modernidad, feministas, pobres, ricos y curdas dejan de ser números invisibles aunque sea por una fracción de segundo para transformarse en protagonistas de la escena. Sarcasmo sagrado de gravedad implícita buscando un posible receptor para marcar a fuego la servilleta del bar, sin discernir buenos o malos. Desaparecido el ojo crítico ante la maroma grotesca de una selva que sacude la frecuencia cardíaca de la grisácea Montevideo o la multicultural Nueva York. Rugidos de tigresa encelo, dulcemente perversa ante el embate de un león desbocado; hambriento por navegar en lo efímero del reino animal con vetas de humanidad sin límites. La hembra a rayas sosiega la ansiedad del macho melenudo, enternece sus palabras, aliviana la opresión en el pecho, hace frágil su interior hasta quitarle la protección de tortuga escéptica. Él percibe la realidad de los latidos confrontando sus entrañas, ya libres de conceptos arcaicos. Mirada directa y penetrante, pupilas cortas y largas en simultáneo, desvistiendo corazones golpeados, agitando la seducción del libre albedrío. Barroco imposible de soslayar, vanguardia omnipresente de iletrados contemporáneos doblando justo en la esquina donde se topan lo clásico y lo moderno. Deshilachados los géneros, abolidas las líneas rectas, desaforado electrocardiograma haciendo ostentación de imágenes que no cierran nunca, puertas entornadas esperando nuevo destino temporario de placer inmaterial, tratando, en vano, de abarcar la inabarcable imaginación, queriendo rozar el inconmensurable submundo del papel gastado ardiendo en nuestras retinas.   

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