CATARATA A FLOR DE PIEL
La despedida se aproxima,
puedo olerlo, sentirlo en mis tripas que empiezan a revolverse en un mix de
alegría por lo vivido y angustia por el final. Camino el pasillo del bondi por
última vez y me recuesto contra la ventanilla. Faltan ruinas jesuíticas, y
piedras preciosas y mitos guaraníes pero la cabeza no tiene retorno; se larga
mi viaje interior e irá hasta las profundidades más hondas. Las imágenes pasean
en mis adentros que ya son torbellinos de emociones tan imposibles de detener como
esa garganta del diablo que perdurará en mi nostálgico sistema neuronal. Otra
vez me gana la desmesura, los sentimientos pueden conmigo pero yo no puedo con
ellos; me cubro la cara, trato de disimular el nudo en la garganta, por una vez
en la vida quiero esconder lo que me pasa, fingir, aparentar; pero rápidamente
percibo que es en vano ir contra la esencia del ser. Mientras la excursión padece habituales
trabas burocráticas en migraciones argentinas se me escapa la primera lágrima que
se multiplicará por mil y será Catarata aunque me quiera hacer el gilastro
atrás de mis flamantes lentes de sol.
Me traslado en el túnel del
tiempo y veo la película completa con nitidez. Los lugares paradisíacos, la
geografía en todo su esplendor, la pileta y su entorno, Sudacas Bar, el
bicherío del parque, el sonido insistente de esas cascadas majestuosas
haciéndome tomar real dimensión de lo chiquitos e insignificantes que somos.
Las desayunos, las cenas y las curdas pero antes que nada el Calor Humano. Pormenores
en exceso, entretelones detrás de cámara donde suelen gestarse las relaciones
verdaderas. El Gallego yendo y viniendo, su hiperactividad carismática que no
da tregua, esa frescura de gurí chico que a pesar de su narcicismo extremo lo
hace adorable y lo transforma en mi hermano menor por una semana; en el combo
lleva lo que elige mostrar y lo que elige no mostrar por pudor. Junto a él
aparece Ioana La Rumana, en verso y sin esfuerzo; mujer hecha y derecha,
temperamental en el decir, de voz chillona y honestidad imposible de reprimir.
También los veo al Pelado y a Pao, dos en uno, tal para cual, prueba inequívoca
de que el Amor Compañero aún existe. Él y sus ojos saltones a punto de explotar,
la carcajada estruendosa, las anécdotas a rolete. Ella y su vozarrón de mujer
guerrera, siempre bien plantada pero sin perder la ternura jamás. Son el
resurgir de la vieja escuela; pies en el barrio, grito en el cielo y dignidad
por encima de todas las cosas. Néstor y Cristina, nombres de un matrimonio célebre para
personas llanas en el mejor de los sentidos, con sencillez evidente, de la
planta como se dice en la jerga popular; los intuyo amantes de las pequeñas cosas que a la postre
serán las más grandes. La catarata se agiganta, salpica, inunda y me sigue
empapando. De lejos observo a la familia tipo; papá Marcos, mamá Leticia,
Camilo el menor y Felipe el intransigente, quien carece de medias tintas y me
recuerda todo el tiempo al botija rebeldemente extremista que un día supe ser. Están
los chistes inefables de Ruben y su sombrero al mejor estilo Piluso, la
bonhomía pintada en la cara de Ana, la timidez silenciosa de Beatriz, el fernet
con Carlos, la mirada firme e inquisidora de Miguel, el reír interminable y
contagioso de Ina o la humilde cordialidad de los maragatos Elizabeth y Fabricio.
Con énfasis llegan a mi fotografía mental Anita y Eloísa; hermanas bellas a
cara lavada, como debe ser la belleza genuina; siempre juiciosas, ubicadas en
tiempo y espacio, desafiantes con sus pupilas, dueñas de varias seriedades
imperturbables y mil sonrisas francas (una de ellas me robará algunos suspiros
no correspondidos). Las horas vuelan como las agujas del reloj y el viaje de
regreso empieza a ponerse picante de la mano de nuestro líder estrella;
Tachuela, Gustavo o simplemente “mi concubino”. Ese tipo de cuerpo diminuto y
corazón gigante que hoy deja de ser guía para convertirse en amigo. Brotan alcoholes,
pelucas y cumbias en modo vintage; desde abajo el entrañable Oso colabora con
las luces que prenden y apagan mientras nosotros zapateamos a rabiar en
homenaje tanto a él como a Daniel.
En ese corredor angosto surgen bailes bizarros, historias imborrables y payasadas elocuentes; allí se esconde el espíritu homogéneo de este grupo que supo unirse en las diferencias. El filme repiquetea en el lado izquierdo de mi pecho hasta la taquicardia y así será durante días, semanas, meses, años. Entre tantas humanidades sueltas y fuegos entreverados, estoy yo; una soledad inquieta que permanece ajena a los buenos modales, irremediablemente montevideano, buscavidas en la magia de la noche, emocionalmente inestable y soñador perdido que aprendió a vivir cada día como si fuese el último, que no sabe guardarse nada, que deja hasta la última gota de sudor en el verde césped, que se lleva a cuestas un PEDAZO EN CARNE VIVA de cada uno de ustedes.
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