LA AYAHUASCA ECUMÉNICA

      
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El Hombre suena como hechizo de medianoche; las melodías contagiosas provienen de un servidor informático al que no pienso publicitar. Otra paradoja recordatoria de la contradicción inherente, siempre victoriosa en mi historial de niño interior, una más en esta perra existencia que se empecina en conjugar a la famous web gringa con el prodigio aún vigente de la revolución hecha canción. Aquella parsimoniosa calva con lentes entona que ese amor nacido en las telarañas del siglo XX es una extensa morada y un espacio sin fin, no precisa frontera ni es amor de lucrar; solo atino a beber de este brebaje universal con la dulzura de su gola escurridiza que me transporta vía aérea hasta la isla más amada, las gotas saladas derraman surcando mis mejillas, la piel se electrifica, dos ojos inmensos devienen redondeles fulgurosos que sobrevuelan desde La Habana hasta Santiago, de Occidente a Oriente, o al revés, o como al lector le plazca porque la geografía importa nada en comparación a la inconmensurabilidad de la memoria humana que me persigue en esta enésima aventura noctámbula. Los acordes suben, suben y suben por una calle de esa ciudad añeja que resiste como detenida en el tiempo, indemne ante los embates del presumido cartón civilizatorio. Una torrencial melancolía con sabor a mojito y Ojala se te acabe la palabra precisa para no verte siempre jinetera de mis entrañas. La soledad me sumerge allá, siempre allá como hace más de una década en otra velada de artilugios musicales que enmascaran las trizas de una monotonía organizada, paulatina y estéril. Salto entre los matorrales de la Sierra Maestra con esa Canción para el Elegido de la posteridad; ese que permanece intacto entra tanta wonderful simbología de eslóganes desabridos, siempre promovidos por nuestros canales democratizadores. El Hombre sigue repiqueteando sus cuerdas como inmerso en mis tripas que ahora son colorinches porque se les desvanece el gris de oficina para revolcarse en una vegetación tan ajena que asusta; la madera y la carne de la guitarra me obligan a abandonar el receptáculo de lo preestablecido, me taladran el pecho, estoy hecho  un poseso y Yolanda, y eternamente Yolanda. Qué cosa fuera la maza sin cantera me pregunto una y otra vez ya convertido en putrefacción desquiciada y pierdo la noción de mi identidad; si estoy o me evaporo, no soy de aquí ni soy de allá como una vez registré en la cadencia de Facundo Cabral. El líquido se torna elixir traspasando mis papilas gustativas en cámara lenta. Los hombros no me pesan y el mundo es amarillo, sin límites, vaciado de vicios fronterizos. Es el arte y sus circunstancias amontonadas con las mías, entreveradas con las de una parva de alteridades empeñadas en trascender esta fragilidad mundana; la de ser diminutas partículas que mañana serán polvo.   


                                                                              @naturacontracultura 2012-2019

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