PERIPECIAS FREUDIANAS


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          Morboso, despiadado y carnal, así le gusta a Jesica Brazzers, la dama de día que hierve de noche. Persigue el tesoro ocasional mediante susurros, gemidos y locuacidad, su verba encantadora se encarga del resto. Sabe cómo, cuando, donde; sabe todo en los menesteres de la pasión desbocada. Va por su presa e inevitablemente quiere más como si el placer fuese un inagotable al que siempre corresponde mimar con esmero. Según palabras textuales de la susodicha, a pesar de una indudable afición por la promiscuidad, ella NO RIFA SU AMOR y esa frase me marca una huella imborrable, me identifica, me pierde, termina de desatar la rigidez cotidiana de mi miembro siempre en guardia. Igual que todos los infieles, es arma de doble filo, perversa y sensible, morbosa y entrañable, banal y profunda. Inmersa en su nube de sexualidad cotidiana considera que el amor es arte y no solo cavidades a llenar, ni órganos viriles a succionar. Quiere todo y no se resigna, detesta las medianías, aspira al cosmos, al éxtasis y a la entrega absoluta de los cuerpos aunque su alma, a menudo escondida, también tenga mucho para dar. Sonriè una y otra vez, sin cesar y contagia hasta a los muertos ¿Cómo los busca? ¿Cómo los quiere? ¿Cómo los sueña? pregunta mi terapeuta mientras yo acomodo los pies inquietos por fuera del diván y el sudor recorre mi frente. Como si la conociese de toda la vida contesto que ella no busca, solo encuentra y deja que las cosas encausen por los carriles que deban encausar. Desea a los viriles de espíritu, a los que no tienen miramientos, ni contemplaciones ni mucho menos a los salames que piden permiso. Los sueña menos Arjona que Sabina, más viscerales que galantes, tan genuinos como atorrantes. Solo sabe vivir para desafiar la norma, transgredir la regla, vituperar las líneas rectas de lo establecido; para ella y su sesera incorruptible las intermitentes gotas de la felicidad radican en el exceso generalizado, en esa radicalidad que golpea atronadora más allá del “que dirán”, retumbando en el infierno grande de todo pueblo chico.

Cuando termino mi relato tengo el corazón galopando, el pene entumecido y la espalda empapada en sudor, pegoteada al diván. Asomo la vista por la ventana del consultorio y noto como desaparece el último pedacito de sol ante la mirada vigilante de la luna; Los ojos acusadores de la Doctora Ibañez me señalan con fijeza meridiana a través de sus finos lentes de marco rosado. Suelta la libreta, apoya el bolígrafo sobre la mesa y me espeta con tono imperativo: DECIME JÉSICA. Se desprende, uno por uno, los botones de la camisa satinada color blanco como en una cámara lenta que retrasa la obscenidad pero al mismo tiempo la incrementa. Liberada, por fin, del elegantísimo pantalón negro de vestir, hincada sobre los tacones finos, sus ojos no pestañean, las piernas se abren con voraz lentitud, el pelo dorado desatado en un santiamén y aquella exquisita fragancia femenina  transpirando humedad a través del encaje rojo. Sin quitarse las gafas y exhibiendo el ajustadísimo corpiño talla noventa y cinco da rienda suelta a su boca golosa que empieza a degustarme con frenesí traspasando las barreras de lo ilusorio, luego de habitar tantas madrugadas mi psicología esquizofrénica. Constituye cabalmente una realidad palpable que se monta encima mío, cabalga hasta el orgasmo y ya nada tiene que ver con las peripecias de mi inconsciente freudiano.       

                                                                 @naturacontracultura 2012-2019 

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