LA MITAD DEL CAMINO

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       Treinta y ocho años de imperfección abnegada, metamorfoseando por hobby en este anacrónico capricho de parir cuentos aventureros. Una mente ágil y un corazón fiel agonizan de pie frente a la jaula repleta de chocadores disciplinados; será funesto o dichoso, patológico o saludable, dependiendo del lado de la trinchera que ocupe el lector; si el de las flores  complacientes y fieles al exceso de culto a las formas o el de las balas visceralmente románticas llevadas a esos extremos en los que nadie sale ileso. Treinta y ocho años de radicalidades caprichosas, padeciendo fobia al centro engañoso. Ideas contradictorias y sentires perpetuos, sabiendo a ciencia cierta cuál es la conveniencia circunstancial para inmediatamente descartarla con vehemencia, siempre con los pies firmes en el aire de las baldosas y los ojos dibujando un esquivo cielo celeste inmune a oprobios mundanos. El silencio parece adueñarse del paisaje, los mostradores reposan como aletargados en la mansedumbre que emana de un agosto frío como témpano; pero solo es una ilusión, la calma que precede toda tormenta; aquella tormenta que acecha multiplicada, furiosa, indomable como este pedazo de humanidad aproximándose a la mitad del camino. Están la llama, el fuego, la luz, el candor; allí se esconde el espermatozoide de la vitalidad que todavía sacude los paralelogramos tipo de la monotonía consensuada. Treinta y ocho velas, treinta y ocho inviernos, treinta y ocho mil demonios santificados conviviendo en una corporeidad de almas multiformes. Lo que ayer era cantidad sin discernimiento, hoy se torna tan inmundamente selectivo como veraz, sin contemplaciones a pesar de las posibilidades crecientes de una soledad que acecha. Cada segundo más convencido del futuro como inútil abstracción, fanatizado por el aquí y ahora, saboreando la miel que desprende una caterva de recuerdos bifocales. ¿Cómo domar este relativismo lujurioso que no conoce de utopías acríticas? Invisibilizo  los parangones, las líneas, el límite y tambaleo desde la izquierda hasta la izquierda  frente a esta adictiva burbuja de incertezas. Collage de ventarrones difuminados en el tiempo; perfumes, manos, extremidades, sabanas con manchas blancas, televisores, hojas coloreadas de café, notas estremecedoras en forma de romancero, fotos cerebrales que perduran y otras que ya no volverán. El espacio muta, los ciclos se desvanecen, las etapas se multiplican y un poema de Quevedo me sigue carcomiendo las neuronas como cuando mi cuerpo sentíase todo poderoso; recordándome que este transcurrir tendrá punto y final.  Los ángeles de la soledad me sustraen de la materialidad, soy pero no soy, grito callando, sediento y vivo, amigo de las simplicidades, hermano de los vaivenes, esclavo de los placeres.       

                                                                              @naturacontracultura 2012-2019

             

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