LA DIETA DE LOS TIBIOS
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Con la ilusión de que los martillos ajusticiadores no sean implacables ante quien carece de cualquier escrúpulo cívico, empiezo este periplo que sospecho lleno de espinas. Si alguien sintiese la necesidad de preguntarme que me gusta menos que ninguna otra cosa en este mundo yo contestaría sin dudar: la neutralidad de los tibios, la medianía del que todo calcula, la alabanza del buen proceder en detrimento de la sangre que burbujea prisionera en las arterias. Sí, sí querido parroquiano. No se refriegue los ojos porque usted está leyendo bien así que ponga las manos en el fuego por mí aunque ya sepa de antemano que se va a quemar, aunque esté consciente de mi inestabilidad emocional y mi tentación por hundirme deliberadamente en los fraudes novelescos. Sepa a ciencia cierta que prefiero al antisocial, al parco, al que es tímido hasta el autismo; o en su defecto, al gritón desmedido, al borracho pesado o a la leona de bar con los pelos de punta que no repara en la coquetería perdida promediando la guerra dialéctica. Convénzase de que incluso me quedo con el acérrimo fundamentalista cooptado por dicotomías facilongas antes que con el que todo lo acepta y nada refuta, siempre con imperturbable cara de póker; aunque por dentro el susodicho esté muriendo desangrado y rebuznando a grito pelado.
Mire lo que le digo paisana pero léalo bien y aunque de hecho no esté escuchando haga como si escuchase este vozarrón desenfadado llenito de lingüísticas intolerancias; antes que al susodicho, elijo al apasionado charlatán de bar, al especialista en Todo que no sabe Nada. Si hasta el facineroso comprometido con la causa, leal en la deslealtad como ese siciliano mafioso que se pasea impune sabiendo de su sádico prontuario me es merecedor de mayor respeto. Si me quedo toda la vida con esa dama promiscua que deja roncando al déspota del marido en las madrugadas para fugarse de su calvario cotidiano y entregarse a las mieles de un Don Juan veinteañero. Y es que nada, pero NADA, NADA, NADA exalta tanto a mi principista inmoralidad como cuando un fulano quiere hacerme el cuento del tío sin emitir palabra, echado al confort del silencio cómplice.
Entonces sabe que Don Pascual, Dona Celestina, entonces prefiero que me reviente la aorta y que la vena del cuello se me inflame hasta el caracú que andar anoréxico de emociones y escuálido de niño interior. Elijo andar roto por la vida, antiestético, ajeno al concepto posmoderno de belleza, fuera de forma y gordo hasta la obesidad que me lleva de la mano al ACV si mi única alternativa es seguir las estrictas dietas de los concienzudos a secas; devotos del término medio, del mentado equilibrio, del eje, del centro y de los pechos ni muy grandes ni muy chicos (por puro miedo a ser tildados de desproporcionados), del gris escondedor, de esa racionalidad helada que se aprovecha de un sinfín de desmesuras ardientes para callar y caer parado. Ese caer parado que los impulsa y envalentona a seguir inmersos en tan meritoria fábula y que hoy no es más que la razón de sus jactancias, pero que mañana solo será causa irreparable de sus postrimeras agonías. Pa ellos ni paraíso celestial ni orgía infernal; pa ellos, purgatorio de triste tibio.
@naturacontracultura 2012-2020
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