UN SABIO EN CHANCLETAS

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             De La Comercial a La Sorbona parte un vuelo sin escalas a pesar de estas miserables épocas pandémicas. No hay virus ni cierre de fronteras que pueda separarnos del aura insoportablemente viva del “francés” y su obsesión libresca, sus ansias enfermizas  de conocimiento o su prodigiosa solidaridad erudita. En mi caso personal, siento una especie de halo omnipresente y me parece verlo dos por tres, aunque nobleza obliga que el momento culmine de su presencia ilusoria acontece cuando los descocados humanísticos nos damos cita en lo de Pablo, ese hogar enquistado en Constitución y Domingo Aramburú que potencia los sentidos barriales y despierta la célula nostálgica. Un inesperado lugar en el mundo que termina por armar el rompecabezas de este imaginario locuaz.  

Las cervecitas vuelan, los pites se suceden, la nube de humo nos envuelve, los coloquios literarios, futboleros, políticos y musicales  abundan, el frenesí del discurrir sube de tono y las carcajadas desarman la rigidez prototípica, entregados a nuestras hilarantes conversas aguerridas; sin embargo, la silueta imaginaria del “francés” luce tenaz e imperturbable en el devenir del diálogo, de menor a mayor con el correr de las horas, como desafiando al estúpido pragmatismo de la materialidad. Aunque no lo veamos, es como el astro rey que siempre está y nos vigila los pasos con gesto tímido, escondido tras una nube parca que rezuma sabiduría en chancletas.

Y es que Monsieur Silveira  no pertenece al prestigioso colectivo de la MAI (Masa Amorfa Intelectualoide), sino que efectivamente es un sabio en chancletas, o en alpargatas o incluso en viejas ojotas gastadas; un hombre extraordinario que disfruta como nadie ser ordinario. Una quimera subnormal que goza la camaradería de lo vulgarmente terrenal, un irremediable distinto que se desvive por ser un igual, un pensador excelso que no se ha resignado a la vida desapasionada y un licenciado sesudo cuya guía no es el seso impasible, sino el amor a las letras efervescentes, aquellas que hieren y sanan.

        Son estas poderosas causas y algunas otras por las que este flaco de gafas inalterables y mirar concentrado secuestra nuestro pensamiento cuando las velas arden, los egos aflojan y los corazones crujen, ya desvencijados por la emotividad de una noche estrellada que alumbra el cordón de la vereda. “En que andará el Shubert?”, resuena la pregunta en nuestro sentir interior. Ese preciso instante en que la borrachera nos deja enclenques y con las vísceras a flor de piel, llegada la hora en que uno destaca a los gritos sus minuciosas traducciones al griego antiguo, otra ensalza su ser metódico para la monografía académica, otro recuerda su profunda vocación por el sarcasmo y otra su mágico híbrido de talento y construcción. 

           Por mi parte prefiero retirarme poco a poco hacia un rincón imaginario y elijo callar, como seguramente haría él, hasta desembocar en el puro estatismo, con la mirada en blanco, como ahogado en una pertinaz introspección. Es en dicho instante esclarecedor cuando subyace la médula de su siempre humilde virtud: el inmenso altruismo para forjar saber comunitario, su torrencial simpleza en lo complejo, la manifiesta sensibilidad reflejada con pinceladas de detallismo explícito y una memoria afectiva a prueba de balas que desde Varsovia, Paris o Budapest, se empeñará en nunca olvidar. 

                                                              @naturacontracultura 2012-2020

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