CONFESIONES DEL SER VENDEPATRIA
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Debo admitir abiertamente que he formado parte de este mayoritario grupúsculo de fariseos y tartufos que hoy me provoca urticaria; una patología a la que mi organismo nervioso tiene una tendencia crónica. Hagamos un asterisco y llamémosle urticaria (despojados de cualquier tecnicismo médico) a esos horribles bultitos que salen en la piel y te hacen rascarte hasta doler, pero por más llenos de pus que estén se quedan muy cortos al lado de la falacia puritana rezada a diario por los apólogos de la doctrina como el Uruguay no hay.
¿Puede cualquiera de nosotros atribuirse un sello arbitrario
o jactarse de ser o no ser tal o cual cosa? ¿Es el dilema
shakesperiano el quid de nuestra
cuestión o le estamos errando al bizcochazo desde tiempos inmemoriales? ¿Alguien
es por pura pretensión individual, por
tradición colectivamente arraigada o por una mixtura bien cocinada de ambas? ¿Alguien
es
o no es univoca e
indefectiblemente? Conviene abrir paréntesis y afirmar que, a pesar de tanta
interrogante, este engendro de pasquín anda lejos de la filosofía esencialista
y se reduce al exabrupto que te revienta las venas en el instante menos pensado.
Cerrados tan engorrosos paréntesis, vuelvo y pregunto: ¿Se trata de ser o de desesperados intentos por no querer ser?
En mi caso particular, debo decir (nobleza obliga) sin
miedo al escarnio público que durante algunos lapsos de mi vida me he afiliado
con inconsciencia adolescente y credulidad fervorosa a los resabios de ciertas
doctrinas aparentemente ideológicas y fácticamente religiosas que nos
secuestran el pensamiento desde imberbes; son incontables las veces que he
caído en el eso no se hace, eso no se
dice, eso no se toca o en el de esta agua no he de beber y sin embargo….y
sin embargo...acá estamos; delirando por escrito y sin careta.
Pero volvamos a lo que vinimos y no le saquemos el
culito a la jeringa. ¿Soy bueno o soy malo? ¿Juego para el equipo del
celeste cielo o pateo para el lado del apátrida infernal? Me costaría demasiado
mandarme preso con rótulos definitivos porque si bien muchas veces he presumido
de ser tal o cual cosa, nunca he
sabido a ciencia cierta lo que soy en
realidad. Jamás de los jamases he logrado asociarme regularmente con la
institución caritativa del Bien pero
tampoco he conseguido pagar la cuota mensual en el club nocturno del Mal He
sido ambas y ninguna, sol y luna, relatividad y absolutismo trenzados en una
batalla tan inútil como apasionantemente vital. Tampoco soy tímido ni locuaz porque a veces emano desparpajo y otras me
pongo rojo como un tomate.
Lo único que podría decir a casi cuarenta años de caído
en este limbo paradojal es que nunca fui
yo solo, sino que fui en base a lo
que otros y otras inspiraron, despertaron, potenciaron o aletargaron en mis
entrañas; muy a pesar de mi patético orgullo liberal, tal vez en gran parte yo sea lo que otros quieren que sea. Fui
peor o mejor, víctima o victimario, ternura empalagosa o corazón de piedra,
serio o risueño de acuerdo a lo que me ha devuelto la multitud de interlocutores
ocasionales que, por fortuna, exceden geografías y banderas.
Hombres, mujeres, niños, gatos, perros, alguna que
otra serpiente, paisajes agrestes, goles, melodías, pantallas a distancia,
tablas de multiplicar, olores, tactos, sabores, miradas, fetichisimos varios;
todos ingredientes que han aportado un granito de arena para constituir a este ser que no es y que va mucho más allá de
un mito llamado Artigas. Y esta convicción de encantamiento y desencantamiento,
llanura y montaña, transparencia y tinieblas es lo único inamovible que van a
poder encontrar aunque rasqueteen hasta el final. ¿Y las certidumbres? Desvanecidas
por el camino gracias a tanta retroalimentación, acción-reacción, tuyas y mías;
todo por vivir concatenado a las formas
desproporcionadas de artistas, metalúrgicos y pelagatos que fortalecen, alteran
o ponen en tela de juicio el andar de mi tan peculiar organismo.
¿Todo este menjunje cancela tu individualidad e
incitativa? Preguntará retóricamente y con tonito beligerante algún papa frita
de esos que vociferan con extremismo necio: o
sea que si a vos uno te quiere apuñalar, vos reaccionas saliendo a cortar
yugulares. Yo contestaré que más allá de que los otros sean en mí y yo sea
en los otros; todos y todas, al menos durante estas pocas líneas, retumban
exclusivamente en este cuerpo, en esta mente, en esta alma, en esta escala de
valores desvalidos, en estas palabras que no son ni las de Don José, ni las del
Negro Jefe, ni las del mate amargo. Que son jodidamente mías e intransferibles.
Por ende, arribando al final de esta perorata infértil
estoy en condiciones de afirmar (no sin antes dudar un cacho) que solo las vibraciones
que fluyen entre el universo y quien les
habla determinarán si vale la pena ser respetuoso
o irrespetuoso del código civil, tolerante o intolerante, solidario o egoísta,
sobrio o desmedido, humilde o pedante, nacional o internacional. Ningún servil
adorador de la castidad patriota podrá apropiarse de mis instintos,
circunstancias e impronta vehemente; vehemente en el amor y en el desamor, en
el sí y en el no, en la pelea y en la reconciliación.
Ningún fiel escudero del chauvinismo oriental impedirá
que goce más con Federer que con Lucho Suarez, que entre en trance con el
genial Spinetta y me duerma con el edulcorado NTVG o que una noche de gloria
solitaria se me ocurra viajarla con el diabólico Ferdinand Celine y no con el
pontificado Benedetti. Son las fascinantes conexiones (o desconexiones)
cósmicas las que eventualmente
dictaminarán como, cuando y donde, las que aprobarán gustosas o rechazarán de
plano, las que elegirán cortesía, vulgaridad o indiferencia ; sean ellas
uruguayas, japonesas o del Congo belga.
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