LA CALVA QUE BRILLA
Promediaban mis 17 años cuando abrí aquel libro; sin saber que tal inconciencia adolescente violentaría radicalmente el paisaje. Brotaron portentosas bohemias deshilachadas, panfletos en defensa de causas propias y ajenas, hojas embargadas de amargas profecías, oscuros espejos devolviendo la peor cara de nuestra (in)civilización, sonrojándonos frente al saqueo de un continente. Arremolinados aires libertarios incrustando dagas punzantes en el corazón marchito del poder. ¿Como definir semejante menjunje de sol y luna, agua y aceite, día y noche? Pretenciosa como siempre, altanera como ninguna, la calva que brilla deseaba abarcar a la Historia en su conjunto, sin importar cuan inconmensurable pudiese ser esta última, importándole un bledo límites, jueces o críticas. Excedía las fronteras del encasillamiento al cual nos someten géneros plomizos o estereotipos siempre inoportunos; no era periodismo de investigación, pero tampoco ensayo, mucho menos ficción. Solo podía denominarse como obra Inclasificable, escapando a los motes por la estrecha frontera de la letra irreverente, enseñando rastros sangrientos del pasado, forjando eslabones de túnicas futuras. Experimento interdisciplinario devenido en clásico de la literatura contemporánea latinoamericana; trascendiendo barreras que osasen aislarlo en un monoambiente ilustrado, sin aberturas por donde entrasen furiosas bocanadas de aire fresco, que pudieran reinventarlo. Erizada la piel, conmovida el alma, venas abiertas de ayer, de hoy y de siempre. Anécdotas impostergables, sus memorias del fuego traspasando el papel. Siempre eligió ver el fútbol a sol y no a sombra; por eso solía dedicar exquisita prosa a malabaristas de la pelota, no a leñadores a sueldo. Nos recordó que el mundo vive patas arriba. Alzaba la voz en Italia, Marruecos o Ecuador; sin que la hegemónica visión pudiese desviarlo un ápice del camino trazado por aquella calva consecuente. Abogaba sin abogar por el mal llamado “arte comprometido”. Conocía que no existe el arte sin comprometerse; ya sea con mujeres, hombres, niños, causas o estilos. Recitó como si fuese Facundo Cabral, lo propio como lo ajeno; a capela o con la guitarra de Viglietti haciéndole la segunda. Cargaba cuotas de lirismo exacerbado a sus espaldas e iba taladrando cabezas al pasar. Siempre pretenciosa, como su obra inmortalizada, la calva hilaba fino en las metonimias de turno, vasto excedente de utopía atravesándole los vasos sanguíneos. Genocida de la vacuidad, aún con 74 soñaba despierto desde la pluma, mientras el mundillo de cabotaje le reclamaba someterse a la chatura del “ser objetivo”. Fue acusado de narciso y empalagoso por zurdos, derechos o medios; la mayoría de las veces tipejos comunes y corrientes con aires de intelectualidad superadora y realidad del montón. Perseveró hasta el final de sus días en hacer llegar la Voz a los sin voz. Relató el dolor del oprimido con inconfundible tinte poético; para que a todos nos doliera menos el desamparo. Vacío infinito el de esta jornada llena de lágrimas; tan infinito como el legado que ya se escucha repiquetear en las entrañas de toda América. Calva querida, crítica eterna de los dueños del circo, brillarás por siempre en el angosto túnel de lo impercecedero.