MISIÓN VOLVER


Rugen motores soviéticos a prueba de balas, de confiable andar; negras caderas zarandeándose en empedrados de añeja aldea. Difícil despojarse del sentimiento exacerbado, pensamientos atronadores asaltándonos sin aviso. Preso del agridulce sabor a ron, intento pegar la vuelta hasta el lugar de origen; grisáceo, de gesto adusto, carente de húmedas caricias. La aspereza del Cohíba penetra mi garganta frágil, adecuada a la suavidad engañosa del cigarrillo con filtro, químicos y demás porquerías; tan radicalmente opuesto a la naturalidad de aquel tabaco plantado, cosechado, cuidado y secado por manos obreras. La mente se niega al retorno; tentada por la poesía latente de frases simplonas, de poco vuelo, como poseída por el encanto de lo inmaterial. “La mejor comida es el hambre” asevera el campesino de mostacho prominente; “para conocer la realidad, hay que tocarla” enfatiza el taxista despreocupado, aunque esta sea una liebre escurridiza que al final accede y se empeña en mostrarnos cuan adulterado está el cliché televisivo. Grita el viaje inspirador ante mi intento estéril por volver al quehacer diario, estampándose contra el cielo a modo de tormenta eléctrica, me deja pendiendo de un hilo fino del que no me quiero soltar; nostálgico hilo que me ata a una Revolución sin armas. Insurrección de sonrisas cotidianas, razonamientos a la velocidad de la luz, pícaras miradas en busca de complicidad. Cocinas, heladeras, televisores, celulares conexiones a Internet; cae por su propio peso la leyenda de los tiempos Larry King, se fugan las vendas, los ojos permanecen encandilados ante la huella rotunda del prejuicio bajado a tierra. Atónita, parada en la periferia, la horda multicultural admira azorada el trabajo sin estrés, la inexistencia del ser depresivo, educación exultante y sol rabioso pegando en narices aguileñas. En mi estrechísimo esquema mental, las puertas entornadas y sin rejas de La Habana Vieja bordean lo inverosímil, igual que la elevada cultura general del último orejón del tarro; ¿cómo poder creer que el andar livianos de equipaje les haga sentir una libertad tan a flor de piel que me colme de envidia? Libertad desde un punto de vista extrañísimo para este prototipo de mente aburguesada por la mecánica autómata. Libres desde la abundancia espiritual y la descosificación del ser humano. Libres desde la mano extendida hacia el semejante, sin excesos de artificio, haciendo del imaginario colectivo una realidad tangible e insospechada desde el otro lado del mundo…o del muro. Parece que estoy saliendo del letargo, regresando a mi tierra nativa, alejándome paulatinamente de la que siento adoptiva. Las manos me sudan, los ojos bailan frenéticos a ritmo de salsa, no logro abstraerme del tocadiscos y de Compay Segundo besando mis oídos. Lo seguiré intentando en los sucesivos días pero no prometo nada. Es posible que una parte del alma se haya quedado en la Isla de la dignidad; la que no llora, ni sabe de quejas. 

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