METALITERARIO
No es la mano la que impulsa el bolígrafo, ni el dedo que presiona la tecla. Es el instinto visceral, el fuego del corazón, los vericuetos del raciocinio, una imperiosa necesidad catártica indagando en lo invisible. Explosión natural en pos del desbloqueo, hiriendo de muerte la represión, mandando al carajo empobrecedores lugares comunes, paseando los cinco sentidos, buscando ráfagas de inspiración. No cicatriza las heridas, ni es antídoto contra el dolor abrir las ventanas que hacen tambalear las alamedas; son solo gozosos momentos de plenitud, tan extrema como efímera. Siguen ahí los coches rugiendo, wall street en movimiento pendular, feroces chimeneas penetrando cavidades pulmonares; sin embargo, como por arte de magia el mundo interno se detiene, la creatividad se abre paso sigilosa, sin demasiado aspaviento para no despertar al torbellino cotidiano que subyace en nuestras profundidades más oscuras. Sacudidos los cimientos de la monotonía, el producto en serie; atacada la repetición incesante en lo más hondo de sus entrañas, suena casi imperceptible la dulce melodía de un par de sueños hilvanados, plasmados en una libreta rotosa. Humeantes neuronas rastreando lo desconocido, retinas inyectadas en sangre. Desasosegadas las articulaciones repiquetean contra la silla, esperando por duendes surrealistas: sedientos del infrecuente líquido de la impronta, un final sublime, una metáfora salvadora, algún verbo sustraído para no abrumar al lector de turno. Hermosa paradoja del destino, caminando en la ruta de los que corren, abriendo en la senda de los que cierran, sintiendo en la telaraña de los que calculan. Novelas, ensayos, cuentos más cortos o más largos. Orgasmo hecho letras, implorando frente al altar imaginario por avidez en las almas, cataratas de osadía y juramentos de inquietud eterna.