DE RAQUETAS Y PINCELES
Pensar que recién arrancaba
el 2009 cuando los agoreros de siempre anunciaron tu derrumbe, pronosticaron la
debacle irreversible que provoca el paso del tiempo en los deportistas de alta
competencia. Hacía poquito habías perdido aquella final del Australian Open
contra Rafa y tus lágrimas de impotencia en el discurso final, esas que me
taladraron el corazón, no eran buen presagio. Después lo inimaginable; rompiste
un material de trabajo por primera vez en muchos años durante una semifinal de
Indian Wells ante un incipiente talento llamado Novak Djokovic. Justo vos, el
lord inglés, caballero eterno muy a pesar de lo circunstancial del resultado
final; fue ahí cuando, atónito ante tu brote de ira, también caí en las redes
de los opinólogos del triunfalismo efímero y me empecé a preguntar si eso era
todo. Si hasta ahí había llegado el inconmensurable poder de tu raqueta, la
magia de ese pincel lleno de cuerdas. Sin embargo, a los pocos meses nos
estabas cerrando la boca y otras cosas más a todos los escépticos de tu
constancia; alcanzaste el tan esquivo Roland Garros, completaste el Grand Slam,
después Wimbledon, y como si fuera poco terminaste el año como número uno del
mundo, aunque a esa altura eso ya no te desvelaba ni te provocaba cosquillas en
la panza como al principio del camino. Fuego sagrado, hambre de amateur, sed
competitiva, simplemente tu naturaleza canibal envolviendo en una espiral
infinita de placer mis pupilas lejanas.
Los
años pasaron y seguiste pulverizando records, deleitando finos paladares; como
si fuera poco borraste de un plumazo las fronteras imaginarias que dividen al
mundo en países, ciudades o barrios. Paris era Suiza, igual que Londres, Shangai,
Melbourne y Nueva York; fuiste, sos y serás el único deportista que se siente
como en casa en todos lados, a pesar de que algunos griten “ale”, otros “vamos”
y otros “come on” luego de una derecha furiosa o un delicioso slice de revés.
Embajador itinerante, hiciste trizas los 14 grandes de Sampras, fuiste papá
múltiples veces, tuviste la humildad de pedir ayuda siendo el mejor de todos
los tiempos, cuando en el 2013 tocó en suerte el peor ranking en mucho tiempo.
Llegó Edberg y te volviste a reinventar, porfiado, no dando el brazo a
torcer ante la tiranía de las cuerdas del reloj. Decidiste ir más a la red,
acortar los puntos; para que tu físico privilegiado sienta menos el
baqueteo de 13 años al máximo nivel y una vez más…Funcionó. Te diste el lujo de
ganar la Copa Davis,
siendo ya un abuelito del Tour, junto a tu amigo Stan y como no podía ser de
otra manera; algún ser sobrenatural, dios o poder místico quiso que el punto cúlmine de la obra fuese
tu aplastante victoria ante Gasquet. Siempre tuviste como prioritario llegar en
condiciones a tu quinto juego olímpico y seguramente estarás en Río de Janeiro;
es que cuando tu cabeza fija un punto en el horizonte, va tras el sin importar
los ruidos del mundo exterior. Pensándolo bien, ya pasaron seis primaveras del
comienzo de esta historia y vos, terco y obstinado, seguís empeñado en jugar
los domingos cuando se corta el bacalao. Hoy perdiste con Nole la final del
Master 1000 de Roma sobre polvo de ladrillo pero yo no logró concentrarme en
otra cosa que no sea el perseverar de la vigencia. Tu adicción a la gloria es
peor que la de un cocainómano lunático y eso me hace feliz porque yo solo quiero verte jugar; toda la vida si es posible Estatua Viviente, ganando o
perdiendo. Seguir siendo testigo de tu pincel lleno de cuerdas; aunque ahora
funcione esporádico y a cuenta gotas, jamás perderá lo innato del arte que
trasciende las épocas.