PARADOJA DEL SER AUTORREFERENCIAL



Expuesta ante la necesidad ajena de contención, Janet decidió hacer alusiones personales aunque no viniesen al caso, para patentar las certezas del camino señalado, con la sanísima intención de alivianar la carga que me carcomía por dentro. Se ponía en mi lugar, comprendía perfectamente todos y cada uno de mis pesares, mostraba la capacidad de ver más allá de lo meramente visible. Ostentaba cierto don sobrenatural ejerciendo una toma de decisiones con eximio raciocinio, exenta de sentimentalismos inconvenientes. “Una simple relación amorosa no es motivo para terminar deprimido, mucho menos para echarse al abandono. Yo jamás haría eso”, manifestó con suave énfasis, aleccionando a este simple aprendiz y clavándome su habitual mirada escrutadora, agregando que tampoco servía hacer de la Queja el deporte nacional; era una de esas guías espirituales que logran diferenciarse de la masa, separarse de la prole, parecía profesora del “arte de vivir” cada vez que arrancaba los speechs ¿Cómo no acercarme hasta su vivienda de luminosidad interior para alumbrar mi roñoso destino?… tan vasta experiencia de vida parecía ser la única posibilidad para resurgir de las cenizas estériles del amor.



De acuerdo al relato lleno de pausas intrigantes y frases que apelaban a lo más rimbombante de la sabiduría intergaláctica, sorteaba toda dura prueba de carácter sin chistar; venció por nocaut al hambre, al frío, a la muerte de los seres queridos, a tsunamis, terremotos, orgías en el 40 Semanas…había superado los dramas más verosímiles e inverosímiles que haya padecido cualquier ser... de pronto me sentí desnorteado e indague en mis adentros; ya no sabía si estaba allí para recurrir al consejo de mi amiga incondicional o si estaba ante la biografía no autorizada de la octava maravilla…¿Porqué había llegado yo hasta aquel sitio, con premura y pesar en los hombros?...Janet notó cierta incomodidad en mi y frunció el ceño, como reclamando sumisión ante semejante nivel de disertación. Abrumado por su capacidad discursiva, atiné a esbozar una sonrisa condescendiente, como implorando perdón por el sacrilegio de no alabarla hasta la desmesura.



“Esos no son problemas querido. Esta mujer que vez acá parada frente a vos es una madre sola, con padre de la criatura fallecido y tuvo que salir a pelear por el litro de leche”, me estampó sin medias tintas, fiel a su verba inflamada por inyecciones de autoestima avasallante. Asistí perplejo al monólogo interminable y olvidé definitivamente el porque de mi tristeza infinita, lo cual debo reconocer, paradójicamente, me hizo sentir mejor…pero la cuestión tamborileaba incesantemente en mis entrañas… ¿porqué demonios me había trasladado hasta aquel lugar céntrico de la capital?; mientras tanto, notaba que Janet se ensimismaba raudamente en una frenética carrera de su trascender de la existencia, búsqueda de la ecuanimidad, yoísmo exacerbado. Mi única certeza era que el quid de la cuestión mutó  como por arte de magia y mi necesidad de ser escuchado se había dado a la fuga hasta la senda del segundísimo segundo plano.


El alarido chillón del teléfono me sacó del letargo; noté que el palabrerío subía de tono poco a poco, del otro lado de la línea el novio con derecho a roce “¿Cómo que que te acosaste con la Susi hijo de mil putas?”inquirió repentinamente Janet a los gritos, mientras los ojos se le torcían y un tic labial se apoderaba de aquella bocacha de Record Guiness. Pensaba en la mejor amiga y su macho ocasional revolcándose en el lodo del pecado; entonces la diarrea oral retumbó a lo largo y ancho de la avenida 18 de julio con una variada ensalada de improperios, hasta que del otro lado de la línea el desalmado puso brusco fin a la conversación. Pude percibir que la mirada de la dama de hierro sufría una metamorfosis kafiana; le temblaban las piernas, encorvada la espalda y sudorosas las articulaciones. Su aparente confianza extrema devino en lágrimas gritando fragilidad. Aquellos ojos color miel se posaron en mí como los de una niña que busca el amparo de sus progenitores. Una serie de macabros pensamientos atravesaron su cerebro de fémina avezada; viaje relampagueante entre las frustraciones del cotidiano, incapacidad para la interacción humana, ineptitud latente para hacer funcionar las relaciones de pareja luego de transcurrida la cama efímera y el meteórico placer mundano. Fue entonces que se sintió por primera vez un ser mortal, tan terrenal que le dio nauseas; se miro al espejo y vio granos en la frente, senos caidos, nalgas celulíticas. Una serie de dudas aterradoras la acecharon en malón y la realidad le obsequió una terrible patada en el culo que la arrojó entre mis brazos, pálida e indefensa, refugiada en la tan odiada imperfección del semejante.

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