EL DESPEGUE...
Sostiene Pereira que le conoció un día de verano…”.
Imposible imaginar que aquella simple oración sería el puntapié inicial
de tantos párrafos transformados en sueños. Tampoco habrá soñado Ana
Solari, profesora de la materia Redacción Creativa en la ORT, que aquel maravilloso libro
de Antonio Tabucchi me convertiría en un ser humano diferente; ávido de
lecturas nocturnas y rumbos desconocidos. Ese mayo del 2004, frío,
ventoso y húmedo será inolvidable; permanecerá en mi retina como el
momento en que mi gen literario salió a la superficie, pisó fuerte,
gritó presente y se convirtió en una parte más de mi ser. Abrió grietas
de libertad, juegos imaginarios, brechas para que lo absoluto vuelva a
ser relativo. Hizo volar el interior de mi cabeza y la sumergió en
profundidades insospechadas. Me hizo más oscuro y claro al mismo tiempo.
Quizá haya conocido el placer de la escritura gracias a aquel personaje devenido en periodista portugués llamado Pereira, quien se debatía entre la lealtad a su periódico y la lealtad a un pueblo sometido a un encubierto golpe de estado. Lo cierto es que aquel momento fue el disparador de un viaje existencial plagado de frases que marcaron a fuego, pasiones exacerbadas y autores imborrables. Un nuevo mundo nació cuando las ramas de la literatura brotaron sin ser llamadas. Letras llenas de dolor y carencias, pero también de felicidad. Escribiendo sobre lo que nos falta, lo que nos duele, lo que nos mata; pero también sobre lo que nos hace vivir. Libro hecho catarsis. Biromes y servilletas implorando descarga emocional. Inevitable conjunción de realidad y fantasía, navegando hacia un destino que no tiene nombre, fecha, ni lugar.
Hoy, transitando este lluvioso octubre del 2012, sentado frente a este baqueteado monitor y contemplando otra hoja en blanco no tengo muy en claro a quien debo agradecer por haber encontrado esta… tardía… amateur… placentera… y menospreciada vocación. Por haber hallado este exceso de adjetivos que llena vacíos y sana heridas. A la querida Ana, por permitir con aquella novela el silbatazo inicial de este partido que no tiene desenlace. O tal vez al italiano Tabucchi por haber inventado al entrañable Pereira, desbordante de sentimientos y honestidad intelectual. A Ceci y Fede por aquel taller literario que terminó de convencerme y desnudarme. A Jose, Gonza, Eze y Rosi por compartir sus invenciones disparatadas y torrentes de creatividad ilimitada. A mi mismo por haberme abierto a este nuevo cosmos y darle rienda suelta a un escondido talento innato. Es probable que a todos nos corresponda una porción de este nuevo “Yo” que ya no conoce de límites, ni fronteras y se anima al delirio. Seguro que ninguno tomo conciencia de los roles que cumplieron, del alma que salvaron, de la cabeza que alimentaron. Que retumbe este infinito gracias por este viaje con inicio y sin final...
Quizá haya conocido el placer de la escritura gracias a aquel personaje devenido en periodista portugués llamado Pereira, quien se debatía entre la lealtad a su periódico y la lealtad a un pueblo sometido a un encubierto golpe de estado. Lo cierto es que aquel momento fue el disparador de un viaje existencial plagado de frases que marcaron a fuego, pasiones exacerbadas y autores imborrables. Un nuevo mundo nació cuando las ramas de la literatura brotaron sin ser llamadas. Letras llenas de dolor y carencias, pero también de felicidad. Escribiendo sobre lo que nos falta, lo que nos duele, lo que nos mata; pero también sobre lo que nos hace vivir. Libro hecho catarsis. Biromes y servilletas implorando descarga emocional. Inevitable conjunción de realidad y fantasía, navegando hacia un destino que no tiene nombre, fecha, ni lugar.
Hoy, transitando este lluvioso octubre del 2012, sentado frente a este baqueteado monitor y contemplando otra hoja en blanco no tengo muy en claro a quien debo agradecer por haber encontrado esta… tardía… amateur… placentera… y menospreciada vocación. Por haber hallado este exceso de adjetivos que llena vacíos y sana heridas. A la querida Ana, por permitir con aquella novela el silbatazo inicial de este partido que no tiene desenlace. O tal vez al italiano Tabucchi por haber inventado al entrañable Pereira, desbordante de sentimientos y honestidad intelectual. A Ceci y Fede por aquel taller literario que terminó de convencerme y desnudarme. A Jose, Gonza, Eze y Rosi por compartir sus invenciones disparatadas y torrentes de creatividad ilimitada. A mi mismo por haberme abierto a este nuevo cosmos y darle rienda suelta a un escondido talento innato. Es probable que a todos nos corresponda una porción de este nuevo “Yo” que ya no conoce de límites, ni fronteras y se anima al delirio. Seguro que ninguno tomo conciencia de los roles que cumplieron, del alma que salvaron, de la cabeza que alimentaron. Que retumbe este infinito gracias por este viaje con inicio y sin final...
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