AMORAL
La postal de Betina recostada en el somier provocó una alteración irremediable en la frecuencia cardíaca de Rodolfo. Sus ojos estrábicos, perplejos, consumidos ante la lujuria de aquella hembra. Frente sudorosa. Imposible que no se le secara la boca a más no poder. Aquel vestido lo perdía en una maroma de pasiones exacerbadas. Latex negro aprisionando dos senos que intentaban escapar. Profecía de pezones húmedos, erizados. La fémina encelo decidió levantarse; sus botas de pronunciado taco crujieron contra el piso una y otra vez, sin cesar. Los guantes de seda ocultaban dos manos delicadas, lisas e inquietas; capaces de llevarlo a la locura en un santiamén. Aquella imagen era poesía. Obra de arte en apogeo. Picasso en su plenitud. Hendrix endemoniado con algún rasgueo celestial. Acto creador llegando al éxtasis, al punto culmine. Habría que inventar infinitas metáforas para describir el placer inconmensurable que encontró Rodolfo en lo puramente grotesco. Tan grotescamente fascinante
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