PROCESANDO REVOLUCIÓN

Asomó expectante el arma de doble filo. Amenaza latente pensó. Exceso de virtud transformada en defecto. Le habían dicho que se llamaba Orgullo. Sintió el peligro. Observó la soledad interior, la peor de todas, al final del túnel. Localizó el antídoto tras perseverar en la búsqueda. Se enfrasco en una lucha encarnizada con sus demonios. Eligió no dar la espalda al error. No esperar por el futuro. Encontró oportuno no irse a dormir siempre solo, y mucho menos elegir como compañero de ruta al enojo improductivo. No despotricar contra aquel intangible que un día lo cubrió de lodo. ¿Por qué arrepentirse sí en el fango comienza a gestarse lo sublime? Si lo bueno, inevitablemente, nace de lo malo. Miseria y desdicha a flor de piel; dolorosa medicina como para que el anhelado sentimiento de plenitud lo agarre gratamente desprevenido. No perder la capacidad de asombro ante su estupidez infinita. Dejar ser a las contradicciones, propias de su raza, impredecible e imperfecta. También a los opuestos que repiqueteaban en lo profundo de su alma. Inquietos. Locos por ver la luz. No renegar de la momentánea alienación que ayer fue miedo paralizador; pero hoy podría desembocar en intempestivo brote sicótico de personalidad propia. De porfiados argumentos y unicidad auténtica, al servicio del siempre presente imaginario colectivo. Pero al servicio de él mismo antes que nadie. Saber que en el milagro de la aceptación explotará el cambio verdadero. Llegar a la encrucijada y preguntar ¿Por qué fingir omnipotencia si este aprendizaje invisible radica en caerse y volverse a levantar? 

 

 

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